domingo, 31 de enero de 2010

Domingo de Septuágesima.

(II clase, morado). Sin Gloria, pero si Credo. Se saltan los domingos IV al VI de Epifanía y se comienza con la Septuagésima.
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Rúbricas.
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Se suprimen el Aleluya hasta la misa de la noche de Pascua y en su lugar se recita o canta el Tracto.
No se dice Gloria, pero si Credo.
Se sigue diciendo Prefacio de la Trinidad.
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"Miseria del hombre encadenado con cadenas de muerte y que, en su angustia, implora la salvación.
Se acabó el paraíso terrenal, viña bendita del Señor; espada de fuego nos impide tu entrada desde el primer pecado y la seducción de la serpiente maldita. Tiempo es éste de trabajo y sufrimiento de penitencia y plegarias. ¡Ah Señor!, no dejes de darnos en el cielo un paraíso más hermoso."
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Reflexión
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En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
“Sic erunt novíssimi primi, et primi novíssimi. Multi enim sunt vocáti, pauci vero elécti” (“Así que los últimos serán los primeros, y los primeros postreros. Porque muchos son los llamados, y pocos los escogidos”).
En la vida de las personas se dan momentos particulares en los que Dios concede especiales gracias para encontrarle. (…). En los textos de la Misa de este domingo, la Iglesia nos recuerda el misterio de la sabiduría de Dios… En el Evangelio, el Señor quiere que consideremos cómo esos planes redentores están íntimamente relacionados con el trabajo en su viña, cualesquiera que sean la edad o las circunstancias en que Dios se ha acercado y nos ha llamado para que le sigamos. El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Ajustó con ellos el jornal de un denario y los envió a trabajar. Pero hacían falta brazos, y el amo salió en otras ocasiones, desde la primera hora de la mañana hasta el atardecer, a buscar más jornaleros. Al final, todos recibieron la misma paga: un denario. Entonces los que habían trabajado más tiempo protestaron al ver que los últimos llamados recibían la misma paga que ellos. Pero el propietario les respondió: ¿No nos ajustamos en un denario?... Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera con mis asuntos?
No quiere el Señor darnos aquí una enseñanza de moral salarial o profesional. Nos dice que en el mundo de la gracia todo, incluso lo que parece que se nos debe como justicia por las obras buenas realizadas, es un puro don. El que fue llamado al alba, en los comienzos de su vida, a seguir más de cerca de Cristo, no puede presumir de tener mayores derechos que el que lo ha sido en la edad madura, o quizá a última hora de su vida, en el crepúsculo. Y estos últimos no deben desalentarse pensando que quizá es demasiado tarde. Para todos el jornal se debe a la misericordia divina, y es siempre inmenso y desproporcionado por lo que aquí hayamos trabajado para el Señor. La grandeza de sus planes está siempre por encima de nuestros juicios humanos, de no mucho alcance.
El Señor quiere darnos una enseñanza fundamental: para todos los hombres hay una llamada de parte de Dios. Unos reciben la invitación de Cristo en el amanecer de su vida, en una edad muy temprana, y recae sobre ellos una particular predilección divina por haber sido llamados tan pronto. Otros, cuando ya han recorrido una buena parte del camino. Y todos en circunstancias bien distintas: las que presenta el mundo en que vivimos. El denario que todos reciben al terminar el día es la gloria eterna, la participación en la misma vida de Dios, en una felicidad sin término al concluir la jornada de la vida, y la incomparable alegría, ya aquí, de trabajar para el Maestro, de gastar la vida por Cristo.
Trabajar en la viña del Señor, en cualquier edad en que nos encontremos, es colaborar con Cristo en la Redención del mundo: difundiendo su doctrina, con ocasión o sin ella; facilitando a otros el sacramento de la Confesión, quizá enseñándoles el modo de hacer el examen de conciencia, exponiendo los grandes bienes que se derivan de este sacramento; llamando a otros a que sigan a Cristo más de cerca a través de una vida de oración; participando en algunas catequesis o labor de formación (…)
Quien se siente llamado a trabajar en la viña del Señor debe, de muy diversos modos, “participar en el designio divino de la salvación. Debe marchar hacia la salvación y ayudar a los demás a fin de que se salven. Ayudando a los demás se salva a sí mismo”.
No sería posible seguir a Cristo, si a la vez no transmitimos la alegre nueva de de su llamada a todos los hombres, “pues el que en esta vida procura sólo su propio interés no ha entrado en la viña del Señor”. Trabajan para Cristo quienes “se desvelan por ganar almas y se dan prisa por llevar otras a la viña”; prisa, porque el tiempo de la vida es escaso.
El Señor sale a contratar obreros para su viña a horas muy diversas y en situaciones distintas. Cualquier hora, cualquier momento es bueno para el apostolado, para llevar obreros a la viña del Señor, para que sean útiles y den frutos.
Pidamos ayuda a San José para que nos enseñe a gastar la vida en el servicio a Jesús, mientras realizamos con alegría nuestro quehacer en el mundo.
Nosotros, llamados a la viña del Señor a distintas horas, sólo tenemos motivos de agradecimiento. La llamada, en sí misma, ya es un honor. “Ninguno hay –afirma San Bernardo-, a poco que reflexione, que no halle en sí mismo poderosos motivos que le obliguen a mostrarse agradecido a Dios. Y nosotros especialmente, porque nos escogió para sí y nos guardó para servirle a El solo”.
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

1 comentario:

Francisco Moreno dijo...

Maravillosa la meditación extraída del Evangelio del domingo de Septuagésima.