Ex Martin Descalzo relata refero:
“Juan XXIII dijo que el Concilio sería una nueva primavera de la Iglesia. Pues bien, aquí tenemos ya la primera golondrina: la reforma litúrgica. Tras ella vendrán los almendros florecidos del esquema ecuménico, los frutos de la colegialidad y tal vez de la unidad de los cristianos. Buen verano se le acerca a la Iglesia, cuando tan fuerte vuela esta primera golondrina conciliar.
¿O acaso…? Si, ya está aquí el primer miedo. Porque no ha sido fácil la vida de la reforma litúrgica en los nueve meses que tiene de historia. Votada la Constitución por 2.147 votos contra cuatro, proclamada solemnemente por el Papa en unión con los obispos, nada hacía sospechar hace ocho meses que aún pudiera sufrir atascos en su reciente vida.
Pero -¿a qué engañarnos?- los ha tenido. Y su historia es conocida y pública. Comenzó el problema cuando el 28 de enero se entregó a los periodistas vaticanos un extracto de las normas del Motu Proprio “Sacram Liturgiam”: un documento que ha sido definido de modo cruel y gráfico como documento-ducha .
Lo fue para los liturgistas. Se sabía que la primera redacción de este texto-elaborada por los padres Antonelli, Bugnini, Schmidt y Marsili- había sido notablemente modificada posteriormente en algunos ambientes de la Curia. Y los lectores percibieron en seguida, a través de un latín sibilino, notables diferencias y aún contradicciones con la Constitución promulgada por el Concilio.
Queda más que claro que los primeros en atacar la aplicación por Pablo VI de la reforma litúrgica tildándola de opuesta a la Sacrosanctum Concilium misma fueron ese clan de conspiradores que ya tenían todo más que amañado y que ante la prudencia del Papa no les quedó más salida que calificarlo de “desviacionista” ante la opinión publica y los medios.
“Una era especialmente grave. Es conocida la lucha de los obispos para conseguir que se dejara en manos de los respectivos Episcopados la dirección de la reforma litúrgica, aún reservando a la Santa Sede el refrendo y el visto bueno finales. Así lo decía la Constitución al hablar de las traducciones de los textos litúrgicos: elaborados por los episcopados nacionales, la Sede Apostólica debía simplemente aprobar y confirmar lo hecho. Pero en el texto del Motu Proprio se daba un paso atrás: la Santa Sede debía revisar y aprobar las traducciones. La diferencia parecía mínima pero era importante. Y alguien recordó que una votación masiva había pedido en el Concilio que se dejara en manos de los obispos no sólo el derecho de proponer estas traducciones sino el de decidir las traducciones. ¿Marcaba el “Motu Proprio” un retroceso al centralismo litúrgico? La decepción se dejó oir. Y la primera voz se levantó – ¡oh, maravilla! – en “L´Osservatore Romano”. Uno de los redactores del primitivo texto, el P. Marsili, escribía: “No, no es mucho lo que el Motu Proprio da a todos, y especialmente a los más impacientes. De todos modos, sin embargo, es cierto que la obra del Concilio, aunque lentamente y con paso incierto, sigue en movimiento; el viento del Espíritu Santo no se ha detenido aún cuando el Motu Proprio parezca a primera vista haberlo embridado un poco”
Las frases eran demasiado intencionadas para que pasaran inadvertidas. Y el 5 de febrero publicaba “IL TEMPO” – el periódico de derechas romano- un artículo con este título escandaloso:“Por qué el periódico vaticano ha polemizado con el Papa”
Pero era un segundo suceso el que iba a sacar el problema a toda luz: el 1 de febrero, “La Croix” publicaba la orden del episcopado francés para la aplicación de la reforma litúrgica. En ella todo estaba de acuerdo con la Constitución conciliar y con la primera redacción del Motu Proprio, pero en claro contraste con el texto del documento publicado en “L´Osservatore Romano” la víspera (31 de enero)
La Prensa italiana, especialmente la más conservadora, no iba a perderse este bocado de cardenal. Y el día 4 de febrero publicaba que autorizados ambientes vaticanos señalaban que lo decidido por el Episcopado francés estaba en contradicción con lo decidido por el Papa.
Cinco de febrero. La agencia France Presse difundía esta noticia: “La información publicada por ciertos periódicos que citando a competentes ambientes vaticanos han afirmado que el reciente documento del Episcopado francés que trata de la aplicación de la Constitución conciliar sobre la Liturgia está en contradicción con el Motu Proprio de Pablo VI sobre el mismo tema, no encuentra confirmación alguna en los ambientes conciliares”
Es más que evidente que se trata de una amenaza conciliarista del episcopado francés a Pablo VI advirtiéndole que se autocontrole y vigile a su Curia ya que no van a permitir ningún desviacionismo de la línea trazada y que utilizaran a la opinión publica para marcarle muy de cerca. Pablo VI que amaba profundamente, por formación y sensibilidad, al catolicismo francés liberal, esa advertencia debió ser tan dolorosa como trascendental. Proseguían….
“Se hace saber además que sólo los organismos conciliares son competentes en esta materia y que no se puede acudir a la opinión de los ambientes mal definidos para dar semejante juicio. Sea como sea, y en espera de clarificaciones que no podrán tardar, es importante salir al paso de las afirmaciones de los periódicos italianos que afirman que el Motu Proprio de Pablo VI está en contradicción con la Constitución Conciliar”
A eso se le llama “chantaje afectivo y efectivo” a Pablo VI. Y estudiada maniobra sagaz.
“Es fácil percibir al fondo de esta oscura prosa que un serio problema se planteaba en el mundo vaticano: el hábil juego de los latinistas había creado un grave disgusto a Pablo VI. Las cartas de obispos y de conferencias episcopales habían comenzado a llegar a Roma. Era claro que, en teoría, podía un Papa modificar una decisión de tipo práctico dada por el Concilio. Pero en la práctica los obispos veían comprometida su acción.”
La respuesta no se hizo esperar mucho. En “L´Osservatore Romano” del 2 de marzo, un artículo del P. Bugnini adelantaba la versión italiana de la redacción oficial y definitiva del Motu Proprio que dos semanas más tarde aparecería en el “Acta Apostolicae Sedis”. En ella se decía que las traducciones deben ser preparadas y aprobadas por los respectivos episcopados y que lo hecho debe ser aprobado; es decir confirmado por la Sede Apostólica. Se volvía pues, a la fórmula literalmente conciliar. Era el fin del affaire que había dado no poco que hablar.
He querido narrar los momentos más importantes de esta historia –al parecer de detalle- porqué creo que aquí sonó la primera campanada mundial de preocupación. Porque en el trasfondo se dibujaba el gran problema: ¿Quién iba a aplicar y llevar a la práctica las reformas conciliares? Porque todo sabemos que la ley más abierta puede canalizarse a través de detalles a la hora de la aplicación. Y muchos obispos comenzaron a temer que la Curia echara agua al vino de las decisiones conciliares. El viejo problema volvía a surgir. ¿Cómo creería el mundo en la primavera de la Iglesia si la primera golondrina llegaba malherida?
Si advertía pues al Papa que si quería acabar el Concilio en paz, sin la rebelión de los episcopados más progresistas, la aplicación de la reforma litúrgica debía estar en manos de quien la habían preparado desde muchísimo tiempo atrás. El Papa debía decidir entre ponerla en manos de la Congregación de Ritos o crear una comisión especial. ¿Cuál será la opción escogida por Pablo VI? Veremos la solución en el próximo capítulo.
Dom Gregori Maria
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