MIÉRCOLES 4 DICIEMBRE 1963: CLAUSURA 2ª ETAPA DEL CONCILIO
“La basílica esplendía de luces cuando, tras la misa celebrada por el cardenal Tisserant, monseñor Felici leyó un resumen de la Constitución Litúrgica y le preguntó a los Padres:
Eminentísimos, excelentísimos y reverendísimos Padres: ¿Merecen vuestra aprobación los decretos y cánones que contiene esta Constitución?
Se hizo un gran silencio. Los Padres se inclinaron sobre su sus pupitres, bolígrafo en mano. Rápidos recogieron las fichas los escrutadores. Luego el silencio se hizo aún más hondo, mientras las máuinas electrónicas cantaban su solo conciliar.
Volvió luego la voz sonora de monseñor Felici:
Los reverendísimos Padres han votado de la siguiente manera: “Placet” 2.147; non placet 4.
Un gran aplauso largo, largo. La alegría de saber que se había dado un paso histórico. La pequeña sonrisa pensando en los cuatro obispos que pertinazmente repetían su “no”. Y los aplausos que seguían sonando. Eran las once y diez de la mañana (…)
Se hizo el mayor silencio de la mañana. Y de en medio de él surgio la voz opaca, tensa, de Pablo VI:
En el nombre de la Santa, Indivisible Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los decretos presentados ante este Concilio, legítimamente reunido, han recibido la aprobación de los Padres. También Nos, en virtud del poder apostólico recibido de Cristo, en unión con los venerables Padres (“una cum venerabilibus patribus”) aprobamos estos decretos. Nos los decretamos y los hacemos ley y ordenamos que se promulgue para la gloria de Dios lo que conciliarmente ha sido decidido.
Pablo VI: el arte de medir. Por si alguién lo dudaba aún, ahí está el discurso de hoy, en el que cada palabra ha sido analizada, valorada, pesada y medida. Y todo ello unido al don de ser equilibrado sin convertirse en mediocre. Sus palabras de hoy no tenían ciertamente la temperatura de las del día de apertura. Si su discurso de entonces tuvo la pasión de una proclama, el de hoy poseía la habilidad de un balance; allí bastaba con embarcarse en el cauce de su fuego para entenderle; aquí hay que asomarse a las entrelíneas, medir lo que se escribió medidamente.
Y COMO FINAL: LA BOMBA
Pablo VI peregrino en Tierra Santa, 4-6 de enero de 1964 rezando en el Cenáculo
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Los obispos iban siguiendo el discurso del Papa a través de sus traducciones. El hondo tono del Papa iba calando en todos ellos. Y de pronto el discurso terminaba, al fin de su cuarto folio como en pico. Pero al llegar allí Pablo VI no se detuvo, pasó su cuarta hoja y continuó leyendo. Hubo un segundo de sorpresa en el que todos los Padres revolvieron sus cuartillas buscando aquel quinto folio que les faltaba…a todos. Luego aguzaron el oído. Parece que el Papa hablaba de algo importante: iba a comunicarles un proyecto acariciado durante mucho tiempo…
Del Aula surgió un “¡Ah!” unánime. Luego una ola de aplausos. Una ola que crecía. “¡Viva el Oriente!” oí gritar al joven auxiliar del patriarca de Antioquia. El obispo que estaba a su lado no había logrado enterarse de lo que sucedía y preguntaba a derecha e izquierda: ¿Pero que es lo que ha sucedido? Y el antioqueno le respondía en latín: “Palestinam petit, Palestinam petit”…
El Papa viajaría como peregrino a Tierra Santa…
Dom Gregori Maria
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