Entre aquellos galileos que tuvieron la inmensa dicha de ser elegidos por Jesús para formar parte de sus más íntimos se encuentran Felipe, hijo de Alfeo, y Santiago, el Menor.
Santiago nació en Caná de Galilea, cerca de Nazaret, y era pariente del Señor. No nos narra el Evangelio el momento en que Jesús le llamó. La Sagrada Escritura pone de relieve que Santiago ocupaba un puesto preeminente en la Iglesia de Jerusalén. Santiago tuvo el privilegio de que el Señor se le apareciese a él personalmente.
Felipe era natural de Betsaida, la patria de Pedro y de Andrés… Muy probablemente Felipe era ya amigo de estos dos hermanos. Un día, en la rivera del Jordán, Felipe encontró a Jesús que, en compañía de sus primeros discípulos, se encaminaba hacia Galilea. El Maestro le dijo: Sígueme… Felipe lo siguió enseguida.
En el Evangelio leemos cómo Jesús enseña a sus discípulos, durante la Última Cena, que en el Cielo tienen un lugar preparado para ellos, para que estén por toda la eternidad con El y que ya conocen el camino… La conversación se prolonga con preguntas de los discípulos y respuestas del Maestro. Es entonces cuando interviene Felipe, con una petición que a todos podría parecer insólita: Señor, muéstranos al Padre y esto nos basta. Y Jesús con un reproche cariñoso, le contesta: Felipe, ¿tanto tiempo como llevo con vosotros y no me has conocido? El que me ha visto a Mí ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¡Cuántas veces, quizá, tendría que hacernos Jesús el mismo reproche que a Felipe! Y nos podría enumerar el Señor una ocasión y otra, circunstancias difíciles en las que quizá nos encontramos solos y no estuvimos serenos porque nos faltó el sentido de nuestra filiación divina, la cercanía de Dios. ¡Cuánto bien nos hace hoy la respuesta de Jesús a este Apóstol!, porque en él estamos representados también nosotros.
Jesús revela al Padre; la Humanidad Santísima de Cristo es el camino para conocer y tratar a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo. Es la contemplación de Jesús el camino ordinario para llegar a la Trinidad Beatísima. En Cristo tenemos la suprema revelación de Dios a los hombres. “El, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su Muerte y gloriosa Resurrección, con el envío del Espíritu de la Verdad, lleva a plenitud toda la Revelación y la confirma con testimonio divino, a saber, que Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte, y para hacernos resucitar a una vida eterna”. El llena por completo nuestra vida. “El es suficiente para ti –afirma San Agustín-; fuera de El, ninguna cosa lo es. Bien lo sabía Felipe cuando le decía: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. ¿Vivimos nosotros con esta convicción?
Hoy, Felipe y Santiago son nuestros intercesores ante Jesús. Les encomendamos especialmente el apostolado que estamos llevando a cabo con nuestros amigos y pariente.
(Francisco Fernández Carvajal: Hablar con Dios. Tomo VI. Madrid. Ediciones Palabra. 1992).
Santiago nació en Caná de Galilea, cerca de Nazaret, y era pariente del Señor. No nos narra el Evangelio el momento en que Jesús le llamó. La Sagrada Escritura pone de relieve que Santiago ocupaba un puesto preeminente en la Iglesia de Jerusalén. Santiago tuvo el privilegio de que el Señor se le apareciese a él personalmente.
Felipe era natural de Betsaida, la patria de Pedro y de Andrés… Muy probablemente Felipe era ya amigo de estos dos hermanos. Un día, en la rivera del Jordán, Felipe encontró a Jesús que, en compañía de sus primeros discípulos, se encaminaba hacia Galilea. El Maestro le dijo: Sígueme… Felipe lo siguió enseguida.
En el Evangelio leemos cómo Jesús enseña a sus discípulos, durante la Última Cena, que en el Cielo tienen un lugar preparado para ellos, para que estén por toda la eternidad con El y que ya conocen el camino… La conversación se prolonga con preguntas de los discípulos y respuestas del Maestro. Es entonces cuando interviene Felipe, con una petición que a todos podría parecer insólita: Señor, muéstranos al Padre y esto nos basta. Y Jesús con un reproche cariñoso, le contesta: Felipe, ¿tanto tiempo como llevo con vosotros y no me has conocido? El que me ha visto a Mí ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¡Cuántas veces, quizá, tendría que hacernos Jesús el mismo reproche que a Felipe! Y nos podría enumerar el Señor una ocasión y otra, circunstancias difíciles en las que quizá nos encontramos solos y no estuvimos serenos porque nos faltó el sentido de nuestra filiación divina, la cercanía de Dios. ¡Cuánto bien nos hace hoy la respuesta de Jesús a este Apóstol!, porque en él estamos representados también nosotros.
Jesús revela al Padre; la Humanidad Santísima de Cristo es el camino para conocer y tratar a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo. Es la contemplación de Jesús el camino ordinario para llegar a la Trinidad Beatísima. En Cristo tenemos la suprema revelación de Dios a los hombres. “El, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su Muerte y gloriosa Resurrección, con el envío del Espíritu de la Verdad, lleva a plenitud toda la Revelación y la confirma con testimonio divino, a saber, que Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte, y para hacernos resucitar a una vida eterna”. El llena por completo nuestra vida. “El es suficiente para ti –afirma San Agustín-; fuera de El, ninguna cosa lo es. Bien lo sabía Felipe cuando le decía: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. ¿Vivimos nosotros con esta convicción?
Hoy, Felipe y Santiago son nuestros intercesores ante Jesús. Les encomendamos especialmente el apostolado que estamos llevando a cabo con nuestros amigos y pariente.
(Francisco Fernández Carvajal: Hablar con Dios. Tomo VI. Madrid. Ediciones Palabra. 1992).
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