domingo, 2 de mayo de 2010

Cuarto Domingo después de Pascua.

El Espíritu prepara ya el juicio, ilustrando a los buenos que reciben la verdad, confundiendo al mundo pecador que se resiste a la gracia.
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Los últimos domingos después de Pascua continúan cantando la gloria de Cristo y las alegrías de su resurrección. En la misa de hoy llaman la atención el introito y el júbilo exultante del ofertorio, una de las melodías más bellas del canto gregoriano.
Al acercarse la Ascensión y Pentecostés nos advierten los evangelios que Jesús está preparando a sus discípulos para su partida definitiva, con el anuncio del envío del Espíritu Santo. El será para ellos luz, fuerza y apoyo. Esta enseñanza sobre la misión del Espíritu Santo vale tanto para nosotros como para los apóstoles. A él se ha confiado la dirección de la Iglesia de la que es inspirador y guía así como es también para todo fiel "bautizado en el agua y en el Espíritu" la fuente misma de la vida cristiana. Por su papel permanente en la Iglesia prolonga el Espíritu Santo la obra de Cristo y da testimonio de él. A un mismo tiempo convence al mundo de error y de pecado por no haber aceptado al Salvador.
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Propio de la Sancta Missa.
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Jubiláte Deo, univérsa terra,
psalmun dícite nómini ejus:
veníte, et audíte, et narrábo
vobis, omnes qui timétis
Deum, quanta fecit Dóminus
ánimae meae, allelúia.

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