Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!,
que jamás se ha oído decir que ninguno
de los que han acudido a vuestra protección,
implorando vuestro auxilio, haya sido desamparado.
Animado por esta confianza, a Vos acudo,
oh Madre, Virgen de las vírgenes,
y gimiendo bajo el peso de mis pecados
me atrevo a comparecer ante Vos.
Oh madre de Dios, no desechéis mis súplicas,
antes bien, escuchadlas y
acogedlas benigna mente. Amén.
2 comentarios:
Le agradecería que me indicase la procedencia de esta bellísima oración que aprendí de pequeño y que ahora ha tenido usted la deferencia de recordarme.
Se le atribuye a San Bernardo de Claraval. Saludos.
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