Alegrémonos todos en el Señor, al celebrar este día de fiesta en honor de todos los santos: de esta solemnidad se alegran los ángeles y alaban al Hijo de Dios.
La fiesta de hoy recuerda y propone a la meditación común algunos componentes fundamentales de nuestra fe cristiana –señalaba el Papa Juan Pablo II. En el centro de la Liturgia están sobre todo los grandes temas de la Comunión de los Santos, del destino universal de la salvación, de la fuente de toda santidad que es Dios mismo, de la esperanza cierta en la futura e indestructible unión con el Señor, de la relación existente entre salvación y sufrimiento y de una bienaventuranza que ya desde ahora caracteriza a aquellos que se hallan en la condiciones descritas por Jesús. Pero la clave de la fiesta que hoy celebramos “es la alegría, como hemos rezado en la antífona de entrada: Alegrémonos en el Señor al celebrar este día de fiesta en honor de todos los Santos; y se trata de una alegría genuina, límpida, corroborante, como la de quien se encuentra en una gran familia donde sabe que hunde sus propias raíces…”. Esta gran familia es la de los santos: los del Cielo y los de la tierra.
La Iglesia, nuestra Madre, nos invita hoy a pensar en aquellos que, como nosotros, pasaron por este mundo con dificultades y tentaciones parecidas a las nuestras, y vencieron. Es esa muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua… Todos están marcados en la frente y vestidos con vestiduras blancas, lavadas en la sangre del Cordero. La marca y los vestidos son símbolos del bautismo, que imprime en el hombre, para siempre, el carácter de pertenecía a Cristo, y la gracia renovada y acrecentada por los sacramentos y las buenas obras.
En la solemnidad de hoy, el Señor nos concede la alegría de celebrar la gloria de la Jerusalén celestial, nuestra madre, donde una multitud de hermanos nuestros le alaban eternamente. Hacia ella, como peregrinos, nos encaminamos alegres, guiados por la fe y animado por la gloria de los Santos; en ellos miembros gloriosos de su Iglesia, encontramos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad”.
Nosotros nos encontramos caminando hacia el Cielo, y muy necesitados de la misericordia del Señor que es grande y nos mantiene día a día. En el Cielo nos espera la Virgen para darnos la mano y llevarnos a la presencia de su Hijo, y de tantos seres queridos como allí nos aguardan.
(R.P. Francisco Fernández Carvajal).
La fiesta de hoy recuerda y propone a la meditación común algunos componentes fundamentales de nuestra fe cristiana –señalaba el Papa Juan Pablo II. En el centro de la Liturgia están sobre todo los grandes temas de la Comunión de los Santos, del destino universal de la salvación, de la fuente de toda santidad que es Dios mismo, de la esperanza cierta en la futura e indestructible unión con el Señor, de la relación existente entre salvación y sufrimiento y de una bienaventuranza que ya desde ahora caracteriza a aquellos que se hallan en la condiciones descritas por Jesús. Pero la clave de la fiesta que hoy celebramos “es la alegría, como hemos rezado en la antífona de entrada: Alegrémonos en el Señor al celebrar este día de fiesta en honor de todos los Santos; y se trata de una alegría genuina, límpida, corroborante, como la de quien se encuentra en una gran familia donde sabe que hunde sus propias raíces…”. Esta gran familia es la de los santos: los del Cielo y los de la tierra.
La Iglesia, nuestra Madre, nos invita hoy a pensar en aquellos que, como nosotros, pasaron por este mundo con dificultades y tentaciones parecidas a las nuestras, y vencieron. Es esa muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua… Todos están marcados en la frente y vestidos con vestiduras blancas, lavadas en la sangre del Cordero. La marca y los vestidos son símbolos del bautismo, que imprime en el hombre, para siempre, el carácter de pertenecía a Cristo, y la gracia renovada y acrecentada por los sacramentos y las buenas obras.
En la solemnidad de hoy, el Señor nos concede la alegría de celebrar la gloria de la Jerusalén celestial, nuestra madre, donde una multitud de hermanos nuestros le alaban eternamente. Hacia ella, como peregrinos, nos encaminamos alegres, guiados por la fe y animado por la gloria de los Santos; en ellos miembros gloriosos de su Iglesia, encontramos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad”.
Nosotros nos encontramos caminando hacia el Cielo, y muy necesitados de la misericordia del Señor que es grande y nos mantiene día a día. En el Cielo nos espera la Virgen para darnos la mano y llevarnos a la presencia de su Hijo, y de tantos seres queridos como allí nos aguardan.
(R.P. Francisco Fernández Carvajal).
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