Desde el propio día de la muerte de Pío X las gentes han recordado su edificante vida, en medio de tantas dificultades en su pontificado, y ha recordado con simpatía al escuelerito de Castalfranco, al hijo del cartero del pueblo, llegado a Papa con la misma sencillez y modestia. Un destacado prelado escribió ante la muerte de este venerado pontífice: “No tengo la menor duda de que este rincón de la cripta de San Pedro, en donde colocamos sus restos, se convertirá muy pronto en un santuario, en un centro de peregrinación… Dios glorificará ante el mundo a este Papa, cuya triple corona fue la pobreza, la humildad y la bondad”.
Profundas y oportunas fueron las enseñanzas de san Pío X en su más bien breve pontificado. En frontal repudio al modernismo plasmó su pensamiento en su encíclica Pascendi dominici gregis. Abrió paso también hacia el compromiso del laicado en la vida y actividades de la Iglesia con su fundamental documento Il Fermo Proposito, en el que dejaba las puertas abiertas para los ordenamientos que luego darían Pío XI, Pío XII y el concilio Vaticano II. De gran contenido doctrinal, resumen del pensamiento de la Iglesia, y con precisiones necesarias para su época, fue el llamado Catecismo de San Pío X, de proyección universal.
En medio de su modestia y humildad fue, sin embargo, firme en sus exigencias a los gobiernos en cuanto al respeto por los derechos de los fieles de la Iglesia en países como Estados Unidos, Rusia, Alemania, Portugal y Francia. San Pío X afrontó con decisión esta delicada faceta de su gestión de gobierno, porque exigir derechos y condenar errores, es signo de santidad y no hacerlo es signo de debilidad o irresponsabilidad.
Poco después de su muerte se inició la causa de canonización del Papa Sarto, que muchos llamaban Papa Santo. En 1954 el Papa Pío XII, respondiendo al clamor popular, lo elevaba al honor de los altares. Su solo testimonio fue contribución eficaz para “restaurar todo en Jesucristo” (Ef 1, 10).
(Msr. Libardo Ramírez Gómez).
Profundas y oportunas fueron las enseñanzas de san Pío X en su más bien breve pontificado. En frontal repudio al modernismo plasmó su pensamiento en su encíclica Pascendi dominici gregis. Abrió paso también hacia el compromiso del laicado en la vida y actividades de la Iglesia con su fundamental documento Il Fermo Proposito, en el que dejaba las puertas abiertas para los ordenamientos que luego darían Pío XI, Pío XII y el concilio Vaticano II. De gran contenido doctrinal, resumen del pensamiento de la Iglesia, y con precisiones necesarias para su época, fue el llamado Catecismo de San Pío X, de proyección universal.
En medio de su modestia y humildad fue, sin embargo, firme en sus exigencias a los gobiernos en cuanto al respeto por los derechos de los fieles de la Iglesia en países como Estados Unidos, Rusia, Alemania, Portugal y Francia. San Pío X afrontó con decisión esta delicada faceta de su gestión de gobierno, porque exigir derechos y condenar errores, es signo de santidad y no hacerlo es signo de debilidad o irresponsabilidad.
Poco después de su muerte se inició la causa de canonización del Papa Sarto, que muchos llamaban Papa Santo. En 1954 el Papa Pío XII, respondiendo al clamor popular, lo elevaba al honor de los altares. Su solo testimonio fue contribución eficaz para “restaurar todo en Jesucristo” (Ef 1, 10).
(Msr. Libardo Ramírez Gómez).
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