“Engrandece mi alma, Señor”: no como si a Dios le pudiéramos añadir algo, comenta sobre esto san Ambrosio, sino de manera que lo dejamos ser grande en nosotros. Engrandecer al Señor significa no querer engrandecerse a sí mismo, el propio nombre, el propio yo, desplegarse y reclamar un lugar, sino dejarle lugar a él para que esté más presente en el mundo. Significa llegar a ser más verdaderamente lo que somos: no una mónada cerrada, que sólo se representa a sí misma, sino imagen de Dios. Significa liberarse el polvo y del hollín que hacen opaca la imagen, la ocultan, y ser verdaderamente ser humano en la pura referencia a él. (María, Iglesia naciente).
Así, María habla con nosotros, nos habla a nosotros, nos invita a conocer la palabra de Dios, a amar la palabra de Dios, a vivir con la palabra de Dios, a pensar con la palabra de Dios. Y podemos hacerlo de muy diversas maneras: leyendo la Sagrada Escritura, sobre todo participando en la liturgia, en la que a lo largo del año la santa Iglesia nos abre todo el libro de la Sagrada Escritura. Lo abre a nuestra vida y lo hace presente en nuestra vida. (15/8/2005).
Como Madre que se compadece, María es la figura anticipada y el retrato permanente del Hijo. Su corazón, mediante el ser y el sentir con Dios, se ensanchó. En ella, la bondad de Dios se acercó y se acerca mucho a nosotros. Así, María está ante nosotros como signo de consuelo, de aliento y de esperanza. Se dirige a nosotros, diciendo: “Ten la valentía de osar con Dios. Prueba. No tengas miedo de él. Ten la valentía de arriesgar con la fe. Ten la valentía de arriesgar con la bondad. Ten la valentía de arriesgar con el corazón puro. Comprométete con Dios; y entonces verás que precisamente así tu vida se ensancha y se ilumina, y no resulta aburrida, sino llena de infinitas sorpresas, porque la bondad infinita de Dios no se agota jamás”. (8/12/2005).
María aparece en su reciprocidad creyente ante el llamamiento de Dios como representación de la creación llamada a dar respuesta, de la libertad de la criatura que no se disuelve, sino que se perfecciona, en el amor. (María, Iglesia naciente).
Así, María habla con nosotros, nos habla a nosotros, nos invita a conocer la palabra de Dios, a amar la palabra de Dios, a vivir con la palabra de Dios, a pensar con la palabra de Dios. Y podemos hacerlo de muy diversas maneras: leyendo la Sagrada Escritura, sobre todo participando en la liturgia, en la que a lo largo del año la santa Iglesia nos abre todo el libro de la Sagrada Escritura. Lo abre a nuestra vida y lo hace presente en nuestra vida. (15/8/2005).
Como Madre que se compadece, María es la figura anticipada y el retrato permanente del Hijo. Su corazón, mediante el ser y el sentir con Dios, se ensanchó. En ella, la bondad de Dios se acercó y se acerca mucho a nosotros. Así, María está ante nosotros como signo de consuelo, de aliento y de esperanza. Se dirige a nosotros, diciendo: “Ten la valentía de osar con Dios. Prueba. No tengas miedo de él. Ten la valentía de arriesgar con la fe. Ten la valentía de arriesgar con la bondad. Ten la valentía de arriesgar con el corazón puro. Comprométete con Dios; y entonces verás que precisamente así tu vida se ensancha y se ilumina, y no resulta aburrida, sino llena de infinitas sorpresas, porque la bondad infinita de Dios no se agota jamás”. (8/12/2005).
María aparece en su reciprocidad creyente ante el llamamiento de Dios como representación de la creación llamada a dar respuesta, de la libertad de la criatura que no se disuelve, sino que se perfecciona, en el amor. (María, Iglesia naciente).
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