Al lado del formidable apostolado de san Pablo hay que resaltar sus escritos, en donde está su extraordinario pensamiento y la faceta especial de su personalidad. Son trece las cartas que escribió a diversas comunidades o directivos de comunidades cristianas, a los que entrega su magistral enseñanza. La Carta a los Hebreos es respetada como canónica desde la época apostólica, pero se la considera de autor distinto. Resplandece en ellas, ante todo, su amor sin límites a Jesucristo, ante quien se rindió sin condiciones en el camino de Damasco, amor del cual nada podía ya separarlo. Recuerda Pablo que tiene títulos humanos (Flp y 1 Co 11, 21-22), que ha padecido por predicar el Evangelio (1 Co 4, 11-13; 2 Co 23-27), pero considera basura todo lo que no sea conocimiento y amor a Cristo Jesús (Flp 3, 7-8).
Quedan como herencia paulina, con tanto puntos de doctrina de sumo interés, estas epístolas: a los Romanos, Primera y Segunda a los Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, Primera y Segunda a Timoteo, a Tito y a Filemón. Aún las cartas breves, como la de Filemón, está llenas de enseñanza que por medio del gran San Pablo entregó el Espíritu Santo a la Iglesia naciente, y para todos los siglos. La presentación de la Iglesia como Cuerpo Místico (Rm 12, 4-5; 1 Co 12, 12), el llamado a vivir la vida de Cristo (1 Co 1, 10-13), la alusión a la venida del Mesías por medio de María, la mujer que entra tan de lleno en los planes divinos (Ga 4, 4), su precioso Himno a la Caridad (1 Co 13), su adhesión total a Jesucristo, su única gloria (Ga 6, 14), nos ofrecen un panorama de verdades fundamentales que dan clara contextura al pensamiento cristiano, que será profundizado luego por concilios y padres en la fe.
Fue san Pedro piedra angular de la Iglesia, y san Pablo trompeta de la verdad cristiana en los más variados ambientes, en especial entre los gentiles que no conocían las promesas mesiánicas, pero que eran el pueblo que caminaba en las tinieblas (Is 9, 2), que necesita luz y orientación. Ambos se complementaron en una misma y grande misión evangelizadora. Con ellos, y con el gran equipo misionero que los rodeara, se abrió paso la epopeya de entregar al mundo el pregón de un Crucificado.
San Pablo no fue Papa, ni piedra fundamental de la Iglesia como san Pedro (Mt 16, 6-19), ni émulo de él en la dirección de los creyentes en Cristo, pero sí le es reconocido el título de Apóstol y gran Apóstol con el encargo de difundir el cristianismo entre los gentiles.
(Msr. Libardo Ramírez Gómez).
Quedan como herencia paulina, con tanto puntos de doctrina de sumo interés, estas epístolas: a los Romanos, Primera y Segunda a los Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, Primera y Segunda a Timoteo, a Tito y a Filemón. Aún las cartas breves, como la de Filemón, está llenas de enseñanza que por medio del gran San Pablo entregó el Espíritu Santo a la Iglesia naciente, y para todos los siglos. La presentación de la Iglesia como Cuerpo Místico (Rm 12, 4-5; 1 Co 12, 12), el llamado a vivir la vida de Cristo (1 Co 1, 10-13), la alusión a la venida del Mesías por medio de María, la mujer que entra tan de lleno en los planes divinos (Ga 4, 4), su precioso Himno a la Caridad (1 Co 13), su adhesión total a Jesucristo, su única gloria (Ga 6, 14), nos ofrecen un panorama de verdades fundamentales que dan clara contextura al pensamiento cristiano, que será profundizado luego por concilios y padres en la fe.
Fue san Pedro piedra angular de la Iglesia, y san Pablo trompeta de la verdad cristiana en los más variados ambientes, en especial entre los gentiles que no conocían las promesas mesiánicas, pero que eran el pueblo que caminaba en las tinieblas (Is 9, 2), que necesita luz y orientación. Ambos se complementaron en una misma y grande misión evangelizadora. Con ellos, y con el gran equipo misionero que los rodeara, se abrió paso la epopeya de entregar al mundo el pregón de un Crucificado.
San Pablo no fue Papa, ni piedra fundamental de la Iglesia como san Pedro (Mt 16, 6-19), ni émulo de él en la dirección de los creyentes en Cristo, pero sí le es reconocido el título de Apóstol y gran Apóstol con el encargo de difundir el cristianismo entre los gentiles.
(Msr. Libardo Ramírez Gómez).
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