sábado, 26 de junio de 2010

El sacrificio.

Sacrificio es la oblación externa de una cosa sensible, mediante su destrucción o inmutación, hecha a solo Dios por el ministro legítimo, en reconocimiento de su supremo dominio.
El sacrificio expresa el homenaje de adoración que el hombre debe a su Creador y, después del pecado, la reparación por la culpa. El hombre debe dar a Dios lo más precioso que tiene, su vida, en testimonio de amor; pero no estando en sus manos hacerlo, coloca sobre el altar una víctima, cuya muerte simboliza la destrucción y aborrecimiento de la culpa y la aceptación voluntaria de la muerte, justo castigo del pecado. Dios acepta el sacrificio: el altar, sede de la Divinidad, consagrado por su institución al culto divino, santifica el don, santifica la víctima, recibe en nombre de Dios el sacrificio. La víctima sacrificada pasa a ser propiedad exclusiva de Dios, Quien va aplacándose a medida que la Hostia se va consumiendo en olor de suavidad: Dios infinitamente misericordioso, participa a los oferentes del banquete y ellos comen parte de la víctima, como prenda y señal de los dones celestiales que Dios derrama sobre sus hijos que lo honran con el sacrificio.
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El sacrificio de Cristo: la Cena y el Calvario.
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El sacrificio de Jesús para la Redención del mundo consta de dos partes esenciales: la inmolación cruenta (con derramamiento de sangre) de Jesucristo en el Calvario, y la oblación sacerdotal de Cristo en la última Cena, por la que en culto solemne y público y en forma sensible, se ofreció a su Padre Celestial como Víctima para remisión de nuestros pecados.
Esta oblación litúrgica perseveró durante toda la Pasión del Señor, por lo que su Muerte fue un verdadero Sacrificio, ofrecido voluntaria, solemne y públicamente por El, Ministro legítimo, Sacerdote Eterno, según el orden de Melquisedec. Dios aceptó este sacrificio, y Cristo resucitado permanece eternamente con el carácter de Víctima, recibido en el Calvario.
En el orden en que la Divina Providencia se dignó obrar la Redención, la Cena es elemento esencial del Sacrificio de la Cruz. Jesús aceptó voluntariamente la muerte, la que sólo habría sido un martirio si no hubiera mediado su ofrecimiento u oblación sensible, en la Cena, donde, en virtud de las palabras, en cuanto a su significación material, aparecen el Cuerpo y la Sangre separados, aunque en una y otra especie se encuentre el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Cristo. Esta inmolación mística constituye la oblación.
La oblación de Cristo fue total y sus méritos de valor infinito, por lo que su sacrificio no se repite; sin embargo, quiso el Señor que estos méritos se aplicaran, por el Santo Sacrificio de la Misa, ordenado por El mismo cuando en la última Cena dijo: “Haced esto en memoria mía”. Por consiguiente, nosotros hacemos en la Santa Misa la oblación sacrificial de la Víctima inmolada en el Calvario, oblación de la Iglesia, hecha por el ministerio del sacerdote, verdadero sacrificio.

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