“La Iglesia consideró como propio el canto gregoriano, porque lo juzgó capaz de despertar en el ánimo los sentimientos de la devoción, elevando la mente a Dios, ya que, como dice el Abad Gerbert, es uno mismo el fin de la oración y el de la música sagrada; además, porque, deleitando el sentido, no distrae la mente de lo que se canta; y finalmente porque es grave y corresponde perfectamente a los efectos de la piedad religiosa” (Nasoni).
La misma estructura de este canto, a una sola voz, simboliza la unión de todos los cristianos, que no deben ser sino un solo corazón y una sola alma: es la oración del hombre, cuerpo y alma, de la multitud que, pletórica de entusiasmo eleva su voz, la voz de la Iglesia, al Dios uno y trino, plegaria que es escuchada por Dios, porque el canto gregoriano es la expresión más noble y más elevada de los sentimientos del corazón y la manera más apropiada para celebrar la tremenda Majestad de Dios y los dogmas de la Religión.
¡Qué sentimientos de piedad tan profunda se despiertan en el alma al escuchar la oración de un pueblo que implora la misericordia del Señor cantando con piedad y unción los Kyrie Gregorianos! El canto es la expresión más completa, más digna, más gloriosa del homenaje del hombre para con Dios.
La música sagrada, dice San Pío X, tiene como “objeto principal revestir el texto litúrgico de una melodía conveniente; su fin propio es agregar una eficacia mayor al texto mismo, de suerte que los fieles, se incentiven más fácilmente a la devoción, y se dispongan a recoger más abundantemente los frutos de la gracia que son los frutos propios de la celebración de los santos misterios”.
El canto gregoriano hace brotar espontáneamente los sentimientos de alegría o de dolor. Gracias a sus melodías tan diversas y tan ricas, a su ritmo simple y majestuoso, a sus neumas múltiples y variados, el canto oficial de la Iglesia presenta el dogma en toda su majestad, y eleva la piedad al grado más alto de perfección.
“Para que los fieles, dice San Pío X, tomen parte más activa en el culto divino, devuélvase al uso del pueblo el canto gregoriano en lo que el pueblo corresponde. Y es en verdad muy necesario que los fieles asistan a las ceremonias… no como extraños o espectadores mudos, sino penetrados íntimamente de la belleza de la liturgia, de suerte que alternen sus voces con las de los sacerdotes o de los cantores, según las normas establecidas”.
La misma estructura de este canto, a una sola voz, simboliza la unión de todos los cristianos, que no deben ser sino un solo corazón y una sola alma: es la oración del hombre, cuerpo y alma, de la multitud que, pletórica de entusiasmo eleva su voz, la voz de la Iglesia, al Dios uno y trino, plegaria que es escuchada por Dios, porque el canto gregoriano es la expresión más noble y más elevada de los sentimientos del corazón y la manera más apropiada para celebrar la tremenda Majestad de Dios y los dogmas de la Religión.
¡Qué sentimientos de piedad tan profunda se despiertan en el alma al escuchar la oración de un pueblo que implora la misericordia del Señor cantando con piedad y unción los Kyrie Gregorianos! El canto es la expresión más completa, más digna, más gloriosa del homenaje del hombre para con Dios.
La música sagrada, dice San Pío X, tiene como “objeto principal revestir el texto litúrgico de una melodía conveniente; su fin propio es agregar una eficacia mayor al texto mismo, de suerte que los fieles, se incentiven más fácilmente a la devoción, y se dispongan a recoger más abundantemente los frutos de la gracia que son los frutos propios de la celebración de los santos misterios”.
El canto gregoriano hace brotar espontáneamente los sentimientos de alegría o de dolor. Gracias a sus melodías tan diversas y tan ricas, a su ritmo simple y majestuoso, a sus neumas múltiples y variados, el canto oficial de la Iglesia presenta el dogma en toda su majestad, y eleva la piedad al grado más alto de perfección.
“Para que los fieles, dice San Pío X, tomen parte más activa en el culto divino, devuélvase al uso del pueblo el canto gregoriano en lo que el pueblo corresponde. Y es en verdad muy necesario que los fieles asistan a las ceremonias… no como extraños o espectadores mudos, sino penetrados íntimamente de la belleza de la liturgia, de suerte que alternen sus voces con las de los sacerdotes o de los cantores, según las normas establecidas”.
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