Cristo es el agente principal. Por su poder se obra la transubstanciación, y cuando el celebrante lo ofrece, es El, Pontífice y Víctima, el que se ofrece a sí mismo, pues los sacerdotes no ejercen sino un sacerdocio ministerial, participación del de Jesús.
La Santa Misa es el verdadero sacrificio porque hay una verdadera Víctima, la Víctima del Calvario, gloriosa y eternamente reinante en el Cielo, que se ofrece sensiblemente, se inmola místicamente y el Padre Celestial la acepta indefectiblemente.
La Víctima se ofrece sensiblemente, bajo las especies de pan y vino, en la Consagración por la transubstanciación; se inmola místicamente, porque, por fuerza de las palabras, aparece representada la muerte del Señor, el cuerpo y la sangre separados en apariencia: no es una inmolación cruenta, sino una imagen, o sea, una representación de inmolación, lo que se llama una inmolación mística o incruenta; el Padre Celestial la acepta indefectiblemente, porque al obrar el prodigio de la transubstanciación, acepta la Víctima bajo las especies sacramentales.
El celebrante y los fieles, participan del sacrificio, recibiendo en sus pechos el don infinito, Cristo Jesús, inmolado en el Altar.
La Santa Misa es, por lo tanto, representación y conmemoración del Sacrificio del Calvario; es una oblación nueva por parte de la Iglesia, esencialmente dependiente de la oblación de Cristo, para aplicar los infinitos méritos de su Pasión y Muerte. La Víctima de la Misa es la misma de la Cena y del Calvario, con la diferencia accidental de que Cristo en la Cena, ofrece a la Víctima que va a ser inmolada, y el sacerdote en la Misa ofrece a la Víctima ya inmolada en la Cruz.
La Santa Misa es sacrificio latréutico, o sea, de adoración, eucarístico o de gratitud y acción de gracias por los beneficios recibidos, propiciatorio para el perdón de los pecados propios y ajenos, de los vivos y de los difuntos, e impetratorio en cuanto que Cristo ruega al Padre, que en atención a sus méritos, se digne conceder a los hombres sus dones naturales o sobrenaturales, para todas las necesidades de la vida.
Jesucristo, sacerdote principal, víctima y altar, es el que, por medio del sacerdocio ministerial, adora, da gracias, aplaca y demanda gracias y favores para nosotros.
La Santa Misa, por tanto, es la práctica de piedad más digna y excelsa, la oración excelentísima del cristiano.
La Santa Misa es el verdadero sacrificio porque hay una verdadera Víctima, la Víctima del Calvario, gloriosa y eternamente reinante en el Cielo, que se ofrece sensiblemente, se inmola místicamente y el Padre Celestial la acepta indefectiblemente.
La Víctima se ofrece sensiblemente, bajo las especies de pan y vino, en la Consagración por la transubstanciación; se inmola místicamente, porque, por fuerza de las palabras, aparece representada la muerte del Señor, el cuerpo y la sangre separados en apariencia: no es una inmolación cruenta, sino una imagen, o sea, una representación de inmolación, lo que se llama una inmolación mística o incruenta; el Padre Celestial la acepta indefectiblemente, porque al obrar el prodigio de la transubstanciación, acepta la Víctima bajo las especies sacramentales.
El celebrante y los fieles, participan del sacrificio, recibiendo en sus pechos el don infinito, Cristo Jesús, inmolado en el Altar.
La Santa Misa es, por lo tanto, representación y conmemoración del Sacrificio del Calvario; es una oblación nueva por parte de la Iglesia, esencialmente dependiente de la oblación de Cristo, para aplicar los infinitos méritos de su Pasión y Muerte. La Víctima de la Misa es la misma de la Cena y del Calvario, con la diferencia accidental de que Cristo en la Cena, ofrece a la Víctima que va a ser inmolada, y el sacerdote en la Misa ofrece a la Víctima ya inmolada en la Cruz.
La Santa Misa es sacrificio latréutico, o sea, de adoración, eucarístico o de gratitud y acción de gracias por los beneficios recibidos, propiciatorio para el perdón de los pecados propios y ajenos, de los vivos y de los difuntos, e impetratorio en cuanto que Cristo ruega al Padre, que en atención a sus méritos, se digne conceder a los hombres sus dones naturales o sobrenaturales, para todas las necesidades de la vida.
Jesucristo, sacerdote principal, víctima y altar, es el que, por medio del sacerdocio ministerial, adora, da gracias, aplaca y demanda gracias y favores para nosotros.
La Santa Misa, por tanto, es la práctica de piedad más digna y excelsa, la oración excelentísima del cristiano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario