lunes, 4 de mayo de 2009

Jesucristo, autor de nuestra redención, VI.

“En el último día, cuando aparezcamos delante de Dios, no podremos decirle: Dios mío, he tenido grandes dificultades que vencer, triunfar era imposible, mis muchas faltas me desalentaban, porque Dios nos respondería: “Hubiera sido verdad, si te hubieras encontrado solo, pero yo te he dado a mi Hijo Jesús; El lo ha expiado, lo ha salvado todo; en su sacrificio hallas todas las satisfacciones que yo tenía derecho a reclamar por todos los pecados del mundo; todo lo mereció por ti en su muerte, ha sido tu redención y con ella mereció ser tu justificación, tu sabiduría, tu santidad; en El debieras haberte apoyado; en mi pensamiento divino, Jesús no es sólo tu salvación, sino también la fuente de tu fortaleza, porque todas sus satisfacciones, todos sus méritos, todas sus riquezas, que son infinitas, eran tuyas desde el Bautismo, y desde que se sentó a mi diestra, ofrecíame sin cesar por ti los frutos de su sacrificio; en El debieras haberte apoyado, pues por El yo te hubiera dado sobreabundantemente la fuerza para vencer todo mal, como El mismo me lo pidió: Rogo ut serves eos a malo; te hubiera colmado de todos los bienes, pues por ti y no por Si mismo me interpela sin cesar”.
“¡Ah, si conociésemos el valor infinito del don de Dios! Si scires donum Dei! y, sobre todo, ¡si tuviésemos de en los inmensos méritos de Jesús, pero una fe viva, práctica, que nos llenase de una confianza invencible en la oración, de entrega total en las necesidades de nuestra alma! Entonces, imitando a la Iglesia, que en su liturgia repite la fórmula cada vez que dirige a Dios una oración, nada pediríamos que no fuera en su nombre, porque ese mediador siempre vivo, reina en Dios con el Padre y el Espíritu Santo: Per Dominum nostrum Jesum Christum, qui tecum vivit et regnat.
“Tratándose de gracias, estamos seguros de obtenerlas todas por El. Cuando San Pablo expone el plan divino, dice que en Cristo tenemos la redención adquirida por medio de su sangre, la remisión de los pecados, según la riqueza de su gracia, que se nos ofrece sobreabundantemente. Disponemos de todas estas riqueza adquiridas por Jesús, que han llegado a ser nuestras por el Bautismo; lo único que tenemos que hacer es acudir a El para sacarlas y ser “como la esposa que sale del desierto” de su pobreza, pero “llena de delicias, porque se apoya sobre su amado”: Quae est ista quae ascendit de deserto deliciis affluens innixa super dilectum suum?
“Si viviésemos de estas verdades, nuestra vida sería un cántico nunca interrumpido de alabanza, de acción de gracias a Dios, por el don inestimable que nos ha hecho en su Hijo Jesucristo: Gratias Deo super inenarrabili dono ejus. Así entraríamos plenamente para mayor bien y alegría más profunda de nuestras almas, en los pensamientos de Dios, que quiere que lo encontremos todo en Jesús, y que recibiéndolo todo de El, le demos, juntamente con su Padre, en unidad de su común Espíritu, toda bendición, todo honor y toda gloria: Sedenti in Throno et Agno, benedictio, et honor, et gloria, et potestas, in saecula saeculorum.
Fuente: Dom Columba Marmión: Jesucristo, vida del alma, 1927.

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