sábado, 23 de mayo de 2009

El Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, I.

“No sabemos del Espíritu Santo sino lo que la Revelación nos enseña. ¿Y qué nos dice la Revelación?
“Que pertenece a la esencia infinita de un solo Dios en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo; ese es el misterio de la Santísima Trinidad. La fe distingue en Dios la unidad de naturaleza y la trinidad de Personas.
“El Padre, conociéndose a Sí mismo, enuncia, expresa ese conocimiento en una Palabra infinita, el Verbo, con acto simple y eterno; y el Hijo, que engendra el Padre, es semejante e igual a El mismo, porque el Padre le comunica su naturaleza, su vida y sus perfecciones.
“El Padre y el Hijo se atraen el uno al otro con amor mutuo y único: ¡Tiene el Padre una perfección y hermosura tan absolutas! ¡es el Hijo imagen tan perfecta del Padre! Por eso se dan el uno al otro, y ese amor mutuo que deriva del Padre y del Hijo, como de fuente única, es en Dios un amor subsistente, una Persona, distinta de las otras dos, que se llama Espíritu Santo. El nombre es misterioso, mas la revelación no nos da otro.
“El Espíritu santo es, en las operaciones interiores de la vida divina, el último término: El termina –si podemos así balbucear, hablando de tan grandes misterios- el ciclo de la actividad íntima en la Santísima Trinidad; pero es Dios lo mismo que el Padre y el Hijo, posee como Ellos y con Ellos, la misma y única naturaleza divina, igual ciencia, idéntico poder, la misma bondad, igual majestad.
“Este Espíritu divino se llama Santo y es el Espíritu de santidad, santo en Sí mismo y santificador a la vez. Al anunciar el misterio de la Encarnación, decía el Ángel a la Virgen: “El Espíritu Santo bajará a ti; por eso el Ser santo que de ti nacerá será llamado Hijo de Dios”: Ideoque et quod nascetur ex te sactum, vocabitur Filius Dei. Las obras de santificación se atribuyen de un modo particular al Espíritu Santo. Para entender esto, y todo lo que se dirá del Espíritu Santo, debo explicaros, en pocas palabras, lo que en Teología se llama apropiación.
“Como sabéis, en Dios, hay una sola inteligencia, una sola voluntad, un solo poder, porque no hay más que una naturaleza divina; pero hay también distinción de personas. Semejante distinción resulta de las operaciones misteriosas que se verifican allá en la vida íntima de Dios y de las relaciones mutuas que de esas operaciones se derivan. El Padre engendra al Hijo, y el Espíritu Santo procede de entrambos. “Engendrar, ser Padre”, es propiedad exclusiva de la primera Persona; “ser Hijo”, es propiedad personal del Hijo, así como el “proceder del Padre y del Hijo por vía de amor”, es propiedad personal del Espíritu Santo. Esas propiedades personales establecen entre el Padre, el hijo y el Espíritu Santo relaciones mutuas, de donde proviene la distinción. Pero fuera de esas propiedades y relaciones, todo es común e indivisible entre las divinas Personas: la inteligencia, la voluntad, el poder y la majestad, porque la misma naturaleza divina indivisible, es común a las tres Personas. He ahí lo poquito que podemos rastrear acerca de las propiedades íntimas de Dios.
“De ahí que todo cuanto es obra de perfeccionamiento y de amor, de unión, y, por ende, de santidad, todo ello se atribuye al Espíritu Santo, porque nuestra santidad se mide según el grado de nuestra unión con Dios. (…) , como la obra de la santidad en el alma es obra de perfeccionamiento y de unión, se atribuye al Espíritu Santo, porque de este modo nos acordamos más fácilmente de sus propiedades personales, para honrarle y adorarle en lo que del Padre y del Hijo le distingue.
“Dios quiere que tomemos, por así decirlo, tan a pechos el honrar su Trinidad de Personas, como el adorar su unidad de naturaleza; por eso quiere que la Iglesia recuerde a sus hijos, no tan sólo que hay un Dios, sino que ese Dios es Trino en Personas.
“Eso es lo que en Teología llamamos apropiación. Sus cimientos los tiene en la Revelación, y la Iglesia la emplea, pues tiene por fin poner de relieve los atributos propios de cada Persona divina”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo, vida del alma, 1927.

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