domingo, 3 de mayo de 2009

3º Domingo después de Pascua.

Jubilate Deo, omnis terra. Saboreando la alegría de la resurrección, canta la Iglesia su gozo y proclama la gloria del Señor.
Pero en la tierra, las fiestas de Pascua no son más que una anticipación de la Pascua eterna. La perfecta alegría nos aguarda en el cielo. Allí tendrá lugar el coronamiento de una vida cristiana practicada con fidelidad.
El programa de esta vida, fiel a sí misma, nos la traza San Pedro de una manera sencilla a la vez que sublime. El cristiano marcha hacia la patria del cielo por su camino de la tierra, observando continuamente todo cuanto le impone su existencia humana. Sabe que de esta forma agrada a Dios. Las mismas tribulaciones cumplen su cometido: darnos a luz a la vida eterna. Orientada así plenamente la vida del cristiano hacia el triunfo final, se convierte en un pugilato que ha de instaurar progresivamente en cada uno de nosotros la victoria ya obtenida en la persona del Salvador.
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JUBILÁTE Deo, omnis terra, allelúia: psalmum dícite nómini ejus, allelúia: date glóriam laudi ejus, allelúia, allelúia, allelúia. Ps. Dícite Deo, quam terribília sunt ópera tua, Dómine: in multitúdine virtútis tuae mentiéntur tibi inimíci tui. Glória Patri.

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