martes, 5 de mayo de 2009

El Cardenal Ratzinger nos dijo… I.

“Por lo que se refiere al concepto de Pueblo de Dios, se hace notar que en el Concilio se hizo preceder, a los capítulos que tratan de la jerarquía y de los laicos, un capítulo sobre el Pueblo de Dios al que ambas cosas pertenecen de la misma manera: así pues, el concepto de Pueblo de Dios expresaba la igualdad fundamental de todos los bautizados. Esto es verdad. Pero tanto más desacertadamente se anda después cuando se quiere hablar del derecho a voto del Pueblo de Dios; cuando se oye que la misión del Pueblo de Dios no ha de ser considerada como algo pasivo, o cuando se critica una concepción del oficio episcopal cuyo poseedor goza de una independencia que encuentra sus límites en el Papa, pero no en el pueblo de Dios. En todos estos casos, la expresión Pueblo de Dios no significa la totalidad de la Iglesia, que precede a la división entre jerarquía y laicos, sino exclusivamente los laicos son clasificados como un grupo dentro de la Iglesia. Pero debe anunciarse una decisiva protesta contra la acepción puramente sociológica en la práctica del concepto Pueblo de Dios.
“Emplear el concepto Pueblo de Dios en un mismo plano como los conceptos pueblo español o pueblo alemán, no sólo es una equivocación, sino una usurpación. En el Nuevo Testamento y en los santos Padres, el término Pueblo de Dios designa de ordinario al Pueblo de Israel, es decir, una determinada etapa del plan divino de la elección; aplicado este término a la Iglesia, representa un concepto de la interpretación alegórica (espiritual) del Antiguo Testamento. Sólo dentro del campo de una transposición espiritual de una realidad del Antiguo Testamento, es decir, dentro de la relación letra y espíritu, en la espiritualización de la letra tiene este término un sentido justificado y aceptable.
“Hasta se podría precisar con mayor claridad el proceso de esta aceptación espiritualizadora que nunca pierde la relación al pasado. La idea de Pueblo de Dios se adopta al principio en el Nuevo Testamento sólo en la forma de la palabra ekklêsía (reunión, asamblea). Asamblea es, por así decir, lo activo respecto de la palabra primitiva Pueblo. Esto a su vez se relaciona con el hecho de que Jesús se presentó en el Pueblo de Israel para anunciar el Reino de Dios. Pero la predicación y anuncio del reino de Dios en la tradición profética de Israel nunca es un mero acontecimiento oral, sino que se realiza como reunión y purificación del Pueblo para el Reino. Este proceso ha determinado por sí mismo de manera decisiva la concepción de la Iglesia naciente. No es sencillamente un nuevo Pueblo junto a otro antiguo, sino que es como la continuación perdurable de ese proceso de reunión y purificación del Pueblo para el Reino, sólo que ahora sobrepasa los límites de Israel. Constituye algo activo, como proceso de reunión, y por lo mismo no se designa como laos, sino como ekklêsía, no como Pueblo sino como asamblea o reunión. Y ella es ella misma sobre todo como asamblea: la palabra ekklêsía sigue designando primariamente la reunión de los cristianos para celebrar el recuerdo de la muerte y la resurrección del Señor.
“La Iglesia tiene su modelo de constitución en esa asamblea conmemorativa y no en cualquier idea o concepción del pueblo, de cualquier manera que sea considerada. Por eso, haríamos muy bien haciendo desaparecer lo más rápidamente posible de este debate el mal entendido concepto de Pueblo de Dios; tal como se le emplea, representa un retroceso más allá del campo del Nuevo Testamento. No tiene en cuenta la transposición espiritual que representa la Iglesia frente a las palabras y realidades del Antiguo Testamento”.
Fuente: Ratzinger, Joseph: ¿Democracia en la Iglesia? Madrid: San Pablo. 2005.

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