lunes, 11 de mayo de 2009

El Cardenal Ratzinger nos dijo…IV.

“Hoy en día –y es totalmente correcto que sea así- “Eucaristía” es el nombre más común para designar el sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo, instituido por el Señor la noche antes de su pasión. En la Iglesia primitiva había una serie de nombres para este sacramento (…): ágape, pax (…) synaxis, asamblea, reunión. Entre los protestantes, el sacramento se llama “la Cena”, por cuanto ellos quieren retornar íntegramente al origen bíblico, conforme a la tendencia de Lutero, para quien sólo era válida la Escritura. En efecto, San Pablo llama al sacramento “la Cena del Señor”. Pero es significativo que este título haya desaparecido muy pronto, y que desde el siglo II ya no se le haya utilizado más. ¿Específicamente por qué? ¿Constituía esto un acto de alejamiento del Nuevo Testamento, tal como Lutero pensaba, o por el contrario esto tiene que significar algo más? Ahora bien, es indudable que el Señor había instituido su sacramento en el marco de una comida, más precisamente de la cena de la Pascua judía, y por eso al comienzo había estado también vinculada con una reunión para una comida. Pero el Señor no había encargado una repetición de la cena de Pascua, la cual formaba el marco, pero sin llegar a ser su sacramento, su nuevo don. En todo caso, la cena de Pascua sólo podía ser celebrada una vez al año. En consecuencia, la celebración de la Eucaristía fue separada de la reunión para la cena, a tal grado que se llevó a cabo la separación de la Ley, el tránsito a una Iglesia de judíos y gentiles, pero sobre todo, de antiguos gentiles. El vínculo con la cena se reveló entonces como extrínseco, por cierto como ocasión para las incomprensiones y abusos, como Pablo ha descrito con todo detalle en su Primera carta a los Corintios. Por eso corresponde al esencial proceso de configuración de la Iglesia que ella liberase progresivamente del antiguo contexto el don específico del Señor, su novedad y su presencia permanente, y que le diese su propia forma. Esto aconteció por un lado gracias al vínculo con la liturgia divina de la Palabra, la cual tiene su modelo en la sinagoga, y por otro lado gracias al hecho de que las palabras del Señor que instituyeron la Eucaristía, constituían el punto culminante de la gran oración de acción de gracias y de bendición (Beracah), la oración que procedía de las tradiciones de la sinagoga y en definitiva del Señor, quien claramente había dado gracias y alabado al Dios de la tradición judía, y justamente ofreció una nueva profundidad a esta acción de gracias en virtud de la ofrenda de su cuerpo y de su sangre. Se sabía que lo esencial en el acontecimiento de la Última Cena no era la comida del cordero y de los otros platos tradicionales, sino la gran oración de alabanza que ahora contenía como centro las palabras de Jesús que instituyeron la Eucaristía, porque con estas palabras él había transformado su muerte en el don de él mismo, de tal modo que ahora podemos dar gracias por esta muerte. Sí, solamente ahora es posible dar gracias a Dios sin restricción alguna, porque la cosa más espantosa –la muerte del Redentor y la muerte de todos nosotros- ha sido transformada en el don de la vida, en virtud de un acto de amor. Por eso la Eucaristía fue reconocida como lo esencial de la Última Cena, lo que hoy llamamos Plegaria Eucarística: Eucaristía es la traducción de Beracah, y significa justamente por eso tanto alabanza como canto de agradecimiento y bendición. La Beracah fue el centro auténtico y constitutivo de la Última Cena de Jesús; la Plegaria Eucarística, que recoge este centro, procede directamente de la oración de Jesús en la víspera de su pasión y forma el núcleo del nuevo sacrificio espiritual. (…) Aquí se trataba sólo de comprender mejor por qué nosotros, como cristianos católicos, no llamamos a este sacramento “cena” sino “Eucaristía”…”
Fuente: Ratzinger, Joseph: “Caminos de Jesucristo”. Madrid: Ediciones Cristiandad. 2004.

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