domingo, 10 de mayo de 2009

4º Domingo después de Pascua.

En el Introito continúa vibrante y jubilosa la nota pascual: "Cantad al Señor un cántico nuevo". Pero los misterio pascuales siguen desarrollándose a través de la liturgia. El Domingo pasado nos preparaba ya para la Ascensión de Cristo. Hoy da un paso más; y nos habla de las operaciones del Espíritu Santo en ella, en el mundo y en nuestras almas. Toda la Misa es una descripción de esta actividad del Espíritu. Él es el que ha obrado las cosas maravillosas que se cantan en el Introito; Él es el que mantiene, entre los que han creído, la unidad del místico Cristo; el que impide que los corazones vacilantes naufraguen, agitados por las vicisitudes del mundo (Oración); Él es la óptima dádiva y el don perfecto, que descienden del Padre de las luces (Epístola). Él es, finalmente, el que convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio, pues pondrá delante de él, como en un espejo, su malicia, juntamente con la belleza de la verdad, la justicia de la causa de la Iglesia y el castigo que le amenaza por no creer en ella. Reconozcamos, llenos de agradecimiento y ansiosos de su venida, las maravillas que este Divino Espíritu ha realizado sobre nosotros: "Aleluya. La diestra del Señor ha ejercitado su poder; la diestra de Dios me ha levantado. La diestra de Dios, dice San Agustín, es el Espíritu Santo.
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INTROITUS
(Ps. 97,1 et 2) Cantáte Dómino cánticum novum, allelúia: quia mirabília fecit Dóminus, allelúia: ante conspéctum gentium revelávit justítiam suam, allelúia, allelúia, allelúia.
(Ps. ibid., 1.) Salvávit sibi déxtera ejus: et bráchium sanctum ejus. V. Glória Patri.

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