miércoles, 6 de mayo de 2009

El Cardenal Ratzinger nos dijo…, II

“Las cosas son diferentes en el caso de la llamada estructura sinodal de la Iglesia. (…) Notamos de nuevo una petición que desde hace algún tiempo se va abriendo paso. El tenor de tal petición es el siguiente: debería constituirse un sínodo nacional de obispos, sacerdotes y laicos (…) que fuese el órgano supremo de gobierno de cada una de las Iglesias nacionales, al que estarían sometidos también los obispos. Una idea semejante es tan extraña al Nuevo Testamento como a la tradición de la Iglesia universal.
“La afirmación de que los Concilios de la primitiva Iglesia estuvieron constituidos por laicos y obispos y que solamente en Trento, o más bien, en el Vaticano I se realizó el paso a un Concilio de sólo los obispos, es, históricamente considerada, total y sencillamente falsa. Ni siquiera se puede aplicar al concepto con el que se designa en los Hechos de los apóstoles (c. 15) la reunión celebrada en Jerusalén que decidió en la cuestión de las relaciones entre los judeocristianos y los cristianogentiles. Lucas describe esta asamblea según el modelo de la antigua ekklêsía (asamblea del pueblo). Lo característicos de esas asambleas antiguas consistía (causando en esto una impresión verdaderamente moderna) en su fundamental publicidad, participando todos y ante todos, lo cual presupone la distinción entre la corporación que toma las decisiones y el público presente. El público no queda de ninguna manera condenado a la pasividad: mediante sus “aclamaciones” (positivas o negativas) ha influido de manera muy decidida no pocas veces en lo sucedido, aun cuando no haya tomado parte directa en el suffragium (votación).
“Según Hechos 15, el “Concilio de los Apóstoles” ha procedido según este modelo: tuvo lugar en público ante toda la ekklêsía, pero como responsables de la decisión se nombra a “los Apóstoles y presbíteros” (He 15, 6; 15, 22). (…)
“La idea de un Sínodo mixto como una autoridad suprema permanente de las Iglesias nacionales, considerada a la luz de la tradición de la Iglesia, de su estructura sacramental y de su fin específico, es una idea quimérica. (…)
“En verdad, el oficio de presidir en la Iglesia es un servicio inseparable. La Iglesia a la que se debe presidir es en su misma esencia asamblea. Pero esta asamblea se reúne para anunciar la muerte y resurrección de Jesucristo. El presidir en ella no se realiza de otra manera que en el poder de la predicación sacramental (…)
“…el Evangelio no termina de ningún modo en la predicación, pero el llevarlo a la práctica y el realizarlo queda libre a las diversas asociaciones que puedan surgir dentro de la comunidad, que no deben arrogarse el derecho de pasar como la comunidad misma. Se da lo común del Evangelio que se hace presente y actual en el culto divino y se da después en la comunidad la pluralidad de las iniciativas laicales que reciben el evangelio y lo ponen en práctica.
“Fuente: Ratzinger, Joseph: ¿Democracia en la Iglesia? Madrid: San Pablo. 2005.

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