sábado, 2 de mayo de 2009

Jesucristo, autor de nuestra redención, V.

“Jesús subió al cielo como precursor nuestro”: Praecursor pro nobis introivit Jesus. Si está sentado a la diestra de su Padre, es “para interceder por nosotros”: Ut appareat nunc vultui Dei pro nobis. “Siempre vivo intercede por nosotros sin cesar”: Semper vivens, ad interpellandum pro nobis. Sin descanso, Cristo muestra continuamente a su Padre las cicatrices que ha conservado de sus llagas; porque El es nuestro jefe, hace valer sus méritos en nuestro favor, y porque es digno de ser siempre escuchado de su Padre, su oración surte efecto sin cesar: Pater, sciebam quia Semper me audis. ¿Qué confianza tan ilimitada no debemos tener en tal Pontífice, que es el Hijo muy amado de su Padre, y ha sido nombrado por El nuestro jefe y nuestra cabeza, que nos da parte en todos sus méritos y en todas sus satisfacciones?
“Sucede a veces que cuando gemimos bajo el peso de nuestras flaquezas, de nuestras miserias, de nuestras faltas, prorrumpimos con el Apóstol: “Desgraciado de mí, siento en mí una doble ley: la ley de la concupiscencia que me arrastra hacia el mal, y la ley de Dios que me empuja hacia el bien. ¿Quién me librará de esta lucha? ¿Quién me dará la victoria? Escuchad la respuesta de San Pablo: Gratia Dei per Jesum Christum Dominum nostrum. ¡La gracia de Dios que nos ha sido merecida y dada por Jesucristo nuestro Señor! En Jesucristo hallamos todo lo necesario para salir victoriosos aquí bajo, en espera del triunfo final de la gloria.
“¡Oh, si llegásemos a adquirir la convicción profunda de que sin Cristo nada podemos y que con El lo tenemos todo! Quomodo non etiam cum illo omnia nobis donavit? De nosotros mismos somos flacos, muy flacos; hay en el mundo de las almas flaquezas de todo género: pero no es esta una razón para desmayar; cuando no son queridas estas miserias, son más bien un título a la misericordia de Cristo. Fijaos en los desgraciados que quieren excitar la piedad de aquellos a quienes piden limosna: en vez de ocultar su pobreza, descubren sus harapos y muestran sus llagas; este es su título a la compasión y a la caridad de los transeúntes. Lo mismo para nosotros que para los enfermos que le presentaban cuando vivía en Judea, lo que nos atrae la misericordia de Jesús es nuestra miseria reconocida, confesada y presentada a los ojos de Cristo. San Pablo nos dice que Jesucristo quiso experimentar todas las debilidades, excepto el pecado, a fin de saber compartirlas; y de hecho varias veces leemos en el Evangelio que Jesús se sentía “movido a piedad” a la vista de los dolores que presenciaba: Misericordia motus. San Pablo añade expresamente que ese sentimiento de compasión lo conserva en su gloria, y concluye: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono” de Aquel que es la fuente “de la gracia”; porque si así lo hacemos, “obtendremos misericordia”.
“Por otra parte, obrar de este modo, es glorificar a Dios, es rendirle un homenaje muy agradable.
“¿Por qué? Porque el pensamiento divino es que lo encontremos todo en Cristo, y cuando reconocemos humildemente nuestra debilidad y nos apoyamos en la fortaleza de Cristo, el Padre nos mira con benevolencia y con alegría, porque con eso proclamamos que Jesús es el único mediador que a El le plugo poner en la tierra”.
Fuente: Dom Columba Marmión: “Jesucristo, vida del alma”, 1927.

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