domingo, 23 de noviembre de 2008

Sermón del último domingo después de Pentecostés.

Ciérrase el Ciclo litúrgico con la semana última del año eclesiástico y, con él, la historia del mundo, que se nos ha ido recordando desde sus comienzos (en el Adviento), hasta su fin postrero (en el Domingo 24º después de Pentecostés). El Santo Evangelio nos describe con tono profético lo que acontecerá al final de los tiempos. Siguiendo el estilo de los textos apocalípticos, San Mateo prepara nuestras almas a la expectación de la segunda venida de Cristo al final de los tiempos, en que el Señor vendrá a juzgar a vivos y muertos en el Juicio Universal.
Vendrá Jesucristo como Redentor del mundo, como Rey, Juez y Señor de todo el universo. Y sorprenderá a los hombres ocupados en sus negocios, sin advertir la inminencia de su llegada: sicut enim fulgor exit ab Oriénte, et paret usque in Occidéntem: ita erit et advéntus Fílii hóminis (porque como el relámpago sale del Oriente y se deja ver hasta el Occidente, así será también la venida del Hijo del hombre).
Confluirán, entonces, hacia los buenos y los malos, vivos y difuntos, todos irán hacia Cristo triunfante, atraídos unos por el amor y otros forzados por la justicia: et tunc parébit signum Fílii hominis in caelo (y entonces aparecerá la señal del Hijo del hombre en el cielo): la Santa Cruz, a través de la cual nos mereció nuestra salvación; signo de victoria y de exaltación del Dios hecho hombre. Esa Cruz, tantas veces despreciada, tantas abandonada, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, como nos recuerda San Pablo, aparecerá como lo que es: signo de salvación.
Jesucristo, Juez y Señor del universo, se mostrará en toda su gloria y majestad ante los que lo negaron, lo persiguieron, lo ignoraron, lo crucificaron cada día; pero también se mostrará ante aquellos que le amaron, le testimoniaron, le demostraron su amor con las obras. Es el momento en que cada uno tendrá que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir el premio o el castigo por lo que hayamos hecho en esta vida, como también nos enseña el Apóstol de los gentiles. La humanidad entera se dará cuenta de que Dios le ensalzó y le dio un nombre superior a todo nombre, a fin de que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el infierno, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre, como lo exhorta también San Pablo. “Entonces daremos por bien empleados todos nuestros esfuerzos, todas aquellas obras que hicimos por Dios, aunque quizá nadie en este mundo se diera cuenta de ellas. Y sentiremos una gran alegría al ver esa Cruz, que procuramos buscar a lo largo de nuestra vida, que quisimos poner en la cima de las actividades de los hombres. Y tendremos la alegría de haber colaborado como siervos fieles en el reinado de aquel Rey, Jesucristo, que aparece ahora lleno de majestad en su gloria” (Francisco Fernández Carvajal)
El juicio universal a que se refiere la lectura del Evangelio de hoy domingo, nos permite recordar, además, que este Kyrios, Rey del universo, vendrá a confirmar como Juez y Suprema Justicia, los juicios particulares que no serán ni revisados ni corregidos, sino confirmados y dados a conocer públicamente. “En el juicio universal cada hombre será juzgado ante toda la humanidad y como miembro de la sociedad humana. Entonces se complementarán el premio y el castigo al hacerlos extensivos al cuerpo resucitado”.
Deseemos fervientemente entrar definitivamente en la Jerusalén celestial el día postrero, juntos con Jesús triunfante, el cual obrará entonces la consumación de las cosas y entregará a su Padre el reino con tantos trabajos por Él conquistados, como homenaje perfecto de Él y de sus místicos miembros.
Aquel día será el de la verdadera Pascua, el verdadero Paso del destierro a la Tierra de promisión, a la Patria de la Jerusalén celestial en aquel inmenso Templo en que todos cantaremos: ¡Gloria! Y Dios será todo en todos. En ese día venturoso, por medio de nuestro Pontífice Jesús, rendiremos un culto eterno a la Santísima Trinidad diciendo:¡Glória Patri, et Fílio, el Spirítui Sancto; sicut erat in princípio et nunc et semper, et in sáecula saeculórum. Amén!

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