viernes, 21 de noviembre de 2008

La Presentación de la Santísima Virgen María


Habiendo celebrado el 8 de septiembre la Natividad de la Virgen María y, cuatro días después su Santísimo Nombre, honramos hoy la Presentación en el Templo de aquella Niña de bendición. Estas tres fiestas del Ciclo Marial son como un eco del Ciclo Cristológico, que celebra también el Nacimiento de Jesús, su Santísimo Nombre y su Presentación en el templo el día de la Candelaria.
La fiesta de la Presentación de María estriba en una piadosa tradición que tiene sus raíces en los evangelios apócrifos. En ellos se cuenta cómo la Virgen María fue presentada al Templo de Jerusalén a la edad de tres años, viviendo allí con otras doncellas y piadosas mujeres. Todo esto se viene conmemorando en Oriente desde el siglo VI. Un gentil hombre francés, canciller de la corte del rey de Chipre, habiendo sido enviado a Aviñón en 1372, en calidad de embajador ante el Papa Gregorio XI, le contó la magnificencia con que en Grecia celebraban esta fiesta el 21 de noviembre. El Papa entonces la introdujo en Aviñón, y Sixto V la impuso a toda la Iglesia.
En este día dedicado a honrar a la Virgen, quisiéramos recordar cómo uno de los santos de la Iglesia nos da ejemplo de amor mariano; se trata de San Estanislao de Kostka.
Iba una vez el P. Manuel de Saa con Estanislao de Kostka, novicio de la Compañía de Jesús, a visitar en Roma la Iglesia de Santa María la Mayor, el 5 de agosto de 1568. El Padre, durante la conversación preguntó a Estanislao si la amaba mucho. Asustado el joven por tal pregunta, como se sorprendería un buen hijo al preguntarle si ama mucho a su madre, contestó: “Oh Padre, cómo no la he de amar, si es mi Madre!”; y con tal afecto pronunció estas palabras que el buen Padre, enternecido, alabó mucho al Señor.
Después de Dios, todos los afectos y pensamientos de Estanislao se dirigían a María Santísima. La Madre de Dios es mi Madre!, solía decir con frecuencia.
Las primeras palabras que le enseñó su madre, doña Margarita, fueron los dulcísimos nombres de Jesús y de María.
Todavía pequeñito saludaba a la Virgen con el Ave María, infundiendo devoción a cuantos le escuchaban. Empezó a honrarla desde temprana edad con obsequios y oraciones: le consagró su pureza virginal y quiso pertenecer al número de los congregantes de María siendo colegial en Viena.
Este amor y devoción fue creciendo a medida que recibía de la Inmaculada Reina una serie de delicadísimas finezas, entre las cuales hay que recordar la aparición en Viena, cuando estando gravemente enfermo por los malos tratos de su hermano, le trajo al Niño Jesús y se lo entregó para que pudiera acariciarlo y estrecharlo en sus brazos, y le dijo que sería muy de su agrado si entraba a la Compañía de Jesús lo que el santo joven cumplió a costa de inauditos trabajos. Mientras estudiaba, sus composiciones eran alabanzas de las virtudes y méritos de María. Cada página de sus cuadernos y demás escritos, los solía encabezar con esta invocación: “María, sedme propicia!”. Con frecuencia en el día solía interrumpir sus ocupaciones levantando los ojos al cielo e invocando a María con alguna breve jaculatoria. Sus delicias eran hablar o leer escritos acerca de su queridísima Madre. A María ofrecía sus acciones para que las presentase a Jesús, y esto lo hacía principalmente al levantarse por la mañana, volviéndose hacia la Basílica de Santa María la Mayor. Procura ser tú tan hijo de María como lo fue este Santo. Es María verdadera Madre nuestra. Además, ¿de quién recibió Jesús la sangre, que nos redimió, si no de María? Por eso te gritó desde la Cruz, señalándote a María: “He ahí a tu Madre!”. Di, pues, como San Estanislao: “¡Cómo no amarla con todo el corazón, si es mi Madre!”.

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