domingo, 20 de marzo de 2011

Dominica secunda in Quadragesima.

Hoy el Breviario nos habla del patriarca Jacob, modelo que es de entera confianza en Dios, aun en medio de los mayores contratiempos.
Toda la vida de Jacob es figurativa de Cristo. Dice San Agustín que "el hecho de la bendición que Isaac concedió a Jacob tenía un sentido simbólico, por cuanto las pieles de cabrito representaban los pecados, y Jacob revestido de esas mismas pieles era imagen de Aquél que, no teniendo pecados propios, cargó con los ajenos" (Maitines). Simbolismo que todavía recuerda el Pontifical Romano al obispo, cuando se pone los guantes para celebrar Misa.
Jacob fue "el suplantador" de su hermano Esaú, pues le ganó su derecho de primogenitura. Jesús, a su vez, suplantó al demonio, principe de este mundo, arrebatándole su presa con un arte y astucia divinas: ars ut artem falleret.
Jacob en su lucha con el Ángel salió al fin vencedor, y desde entonces le mandó Dios que se llamase Israel, o sea fuerte contra Dios. Pero más fuerte aun fue Cristo Jesús, el cual con dolores y luchas a brazo partido con el ángel malo, lo venció y, lo que es más, logró desarmar a Dios mismo, atándole las manos de su justicia para que no descargase sobre la tierra culpable los golpes merecidos de su ira.
Además Jesucristo es nuestro hermano mayor y nuestro capitán. Debemos escuchar sus palabras porque Él nos ha elegido para ser su propio pueblo. Claramente nos inculca esto la Epístola de hoy.
Jesús se aplica también a sí mismo la aparición de la escala de Jacób, para demostrar que en medio de las persecuciones se ve continuamente protegido por la divinidad y por los Ángeles (S. Juan I, 51). Dice también San Hipólito que "así como Esaú urdía la muerte de su hermano, así el pueblo judío tramó la muerte de Cristo y de su Iglesia.
Jacob hubo de huir muy lejos; y Cristo, a su vez, rechazado por la incredulidad de los suyos, hubo de fugarse a Galilea, en donde le fue dada por esposa la Iglesia, proveniente de la raza gentílica". Mas al fin de los tiempos estos dos pueblos, judío y gentil, llegarán a reconciliarse. También el Evangelio de hoy tiene como precursor en la visión de Jacob.
Él vió la gloria de Dios, y los Apóstoles la vieron en la Transfiguración, y más tarde cuando se les apareció inundado en divinales efluvios después de resucitado.
Hagámonos dignos de contemplarle cuando la Iglesia y su liturgia nos le presenten radiante de gloria el santo día de Pascua, preludio de la Pascua eterna y de la visión beatífica que no tendrá fin, y que colmará plenamente las ansias más profundas y más nobles de nuestro ser.
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