Por la Iglesia se entienden aquí únicamente los jefes de la Iglesia, es decir, el Papa y los Obispos como sucesores de los Apóstoles. A estos dijo Jesucristo expresamente: 1º “A mí se me ha dado potestad en el cielo y en la tierra; id, pues, e instruid a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todas las cosas que yo os he mandado” (S. Mateo XXVIII,18-20). 2º “Haced esto, (es decir: ofreced el santo sacrificio) en memoria mía” (S. Lucas XXIII, 19). “Recibid el Espíritu Santo: quedan perdonados los pecados a aquellos a quienes los perdonaréis; y, quedan retenidos a los que se los retuviereis” (S. Juan XX, 22-23). Debemos reconocer teórica y prácticamente los derechos de la Iglesia. Por otra parte nunca agradeceremos lo bastante la seguridad que nos trae en cosa de tanta importancia como la salvación de nuestra alma, el magisterio de la Iglesia. Los tres poderes: doctrinal, sacerdotal y pastoral, me imponen tres grandes deberes que cumplir: 1º creer en las enseñanzas de la Iglesia porque la doctrina de la Iglesia es la única y verdadera regla de fe; 2º recibir los sacramentos de la Iglesia y tomar parte en el culto católico, puesto que por los sacramentos y la oración obtenemos el don divino de la gracia, indispensable para entrar en el cielo; y 3º obedecer los preceptos de la Iglesia, cuya autoridad proviene de su divino fundador. Estos mandamientos obligan, como mandamientos de Dios: quien los desobedece, desobedece a Cristo; el que los cumple obedece a Cristo (S. Lucas X, 16).
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