sábado, 19 de marzo de 2011

Creo en Dios (II).

Siempre que Dios ha hablado a los hombres ha revelado de hecho su propia existencia. Pero muchas veces ha querido revelarse con expresas palabras (Historia Sagrada).

La simple razón natural nos suministra pruebas claras y evidentes de la existencia de Dios. Para negar esta verdad se requiere haber perdido la razón, ser insensato. “En necio dijo en su corazón: No hay Dios” (Salmo XIII, 1).

Las perfecciones y atributos divinos deben ser una constante lección para mí.

-Dios es eterno. En medio de un torrente espumoso hay una roca: millones de gotas pasan por ella, permaneciendo ella siempre inmóvil; las gotas pasan, pero la roca siempre queda. Así permanece Dios en infinita calma, viendo pasar delante de sí el torrente bramador de los acontecimientos. Aficionémonos no a lo transitorio, a lo que pasa, a las cosas de la tierra, sino a lo que no pasa, es decir, a Dios.

-Dios es inmutable. Siendo la inmutabilidad una perfección, lo opuesto, o sea la mutabilidad propia de las criaturas, es defecto. Por consiguiente seremos tato más perfectos y semejantes a Dios cuanto más estables en el bien. Seamos constantes en nuestros propósitos.

-Dios es inmenso. Está en todas partes, todo lo ve, todo lo oye, todo lo sabe. Las almas buenas caminan siempre en la presencia de Dios. Invitado un santo a cometer una mala acción, dijo al tentador: “Llévame a donde Dios no nos vea y consentiré”. Tal debe ser nuestra respuesta en las tentaciones.

-Dios es infinitamente sabio. Porque todo lo dirige del modo más conveniente al fin que se propone. Nunca nos quejemos de las disposiciones de Dios. Lo que nos parece un mal, una desgracia, es a lo ojos de Dios lo que más nos conviene al bien espiritual y aún temporal de los hombres.

-Dios es omnipotente. Porque con sólo su querer hace todo cuanto quiere. La consideración de este atributo debe infundirnos confianza ilimitada en Dios, especialmente durante la oración, las tentaciones y las dificultades.

-Dios es infinitamente santo. Porque tiene un odio infinito al pecado y ama infinitamente el bien. “Como de la vista de una serpiente, así huye del pecado”, dice el Espíritu Santo.


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