miércoles, 31 de diciembre de 2008

Las reliquias sagradas.

Es sabido que el período medieval se caracterizó por ser una época impregnada por el espíritu religioso, de tal como que todos los aspectos de la realidad fueron vistos mediante una cosmovisión teocéntrica del mundo, todo lo cual ha quedado impreso en el registro cultural de la época que hasta el día de hoy perdura. Fue la época de la Unidad de la Verdad, como la denomina Julio Retamal F. Dentro de estos registros encontramos la denominada forma escritural de la hagiografía, es decir las historias de santos y santas, cuya finalidad era mostrar a los héroes y heroínas de la fe como modelos de ser imitados, ya que ellos, a su vez, habían imitado heroicamente la persona de Cristo.
Entre los elementos considerados en la hagiografía figuraban las llamadas reliquias sagradas, fundamentalmente los huesos de los santos. Así, “en todas las abadías de Europa se exhibían reliquias en relicarios públicos para que los pudieran visitar cientos de peregrinos con la esperanza, gracias a la proximidad de esos restos, de poder ser ayudados, curados o aconsejados”. Dentro de este contexto es que hay que entender el interés y el prestigio que adquirió el llamado Santo Grial en el imaginario medieval. En la Edad Media creer en la existencia del Santo Grial -la copa que Cristo usó en la Última Cena para convertir el vino en Su Sangre-, era una actitud ligada íntimamente a la fe.
Ya en los primeros tiempos de la Iglesia se celebraron los santos misterios sobre los sepulcros de los mártires en las catacumbas, indicando así cómo habían mezclado su sangre con la Sangre de la Víctima del Calvario. Más tarde, se levantaron en Roma templos grandiosos, a manera de vastos relicarios, para cobijar la tumba de los mártires célebres. De ahí la traslación de las sagradas reliquias, parte esencial de la ceremonia de dedicación de una iglesia, así como el uso de encerrar reliquias de mártires en un hueco de la piedra del altar, llamado sepulcro.
Durante la Edad Media las reliquias que más veneración recibían fueron aquéllas que estaban relacionadas a la persona del Señor Jesús; y así se sostuvo que varias astillas de la cruz eran auténticas. Otra reliquia que viene illo témpore es la famosa Túnica de Turín, la Sábana Santa que cubrió el Cuerpo de Cristo, que hasta el día de hoy veneramos con especial reverencia, pues “no cabe duda de que si Cristo es Dios, tuvo conciencia de dejarnos una huella suya” en este humilde trozo de tela.
Las reliquias de los santos y santas de Dios, por otra parte, son verdaderos sacramentales que elevan nuestro espíritu hacia el Único que merece adoración y gloria: Dios Uno y Trino; y, por eso, se les rinde el culto debido. De allí que es sorprendente encontrar, de vez en cuando, donde los anticuarios algunas de ellas, como una de San Juan Bosco (un trocito de tela). Para la canonización de Santa Teresa de Los Andes logramos conseguir también un trocito de la tela en que se pusieron sus restos mortales y un pequeño huesito de la Santa chilena que guardamos como lo que es: una santa reliquia. También tenemos en nuestro poder una reliquia de San José María de Yermo y Parres, religioso mexicano (1851-1904), fundador de la Congregación de “Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los pobres”, religiosas presentes en Casablanca atendiendo un Hogar de Ancianos. Es un pedacito de tela. Y recientemente, un amigo marista nos regaló una estampa con la imagen del ahora San Marcelino Champagnat, que también tiene un pedacito de tela.
El calendario tradicional de las celebraciones litúrgicas de la Iglesia, consagra el día 5 de noviembre la Fiesta de las Sagradas Reliquias.

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