lunes, 8 de diciembre de 2008

Sermón del Segundo Domingo de Adviento.

“Quid exístis in desértum vidére?” (“Qué salisteis a ver al desierto?”) pregunta el Divino Maestro en el Evangelio de este Segundo Domingo de Adviento, donde la figura de Juan el Bautista, el precursor, es enaltecida por las palabras del Señor. Efectivamente, en este domingo, la Iglesia nos pide que centremos nuestra atención en estas palabras del Redentor porque Juan será de entre los profetas quien cierre y abra, a la vez, como una verdadera bisagra, ambos Testamentos: el Antiguo y el Nuevo. Bien sabemos que la llegada del Mesías, estuvo precedida de profetas que anunciaron cual verdaderos heraldos esta noticia, y al hijo de Isabel le cupo ser el último de aquellos anunciadores. Juan es la personificación de la antigüedad y los tiempos nuevos, pues nace de padres ancianos y salta de gozo en el seno de su madre, mostrándose ya profeta. Juan se llamó el profeta del Altísimo, porque su misión fue ir delante del Señor para preparar sus caminos, enseñando la ciencia de salvación a su pueblo (San Agustín).
“Ecce ego mitto ángelum meum ante fáciem tuam qui praeparábit viam tuam ante te” (“He aquí Yo envío mi Ángel ante tu faz, que preparará tu camino ante ti”), dice el Señor citando los textos bíblicos y adjudicándole las palabras a Juan. La vida de este estuvo marcada como lo señalamos recién por la misión que el Altísimo le encomendó: ser el pregonero de la gracia. El allanó los caminos y enderezó los senderos para que el Hijo del Altísimo anduviera por ellos; por eso es que el Señor le dio esta formidable alabanza: “En verdad os digo que no ha salido de entre los hijos de mujer nadie mayor que Juan”. La humildad de Juan de disminuir para que Él crezca nos lo muestra como un modelo del discípulo que sigue a su Señor, evitando así en transformarse él en un centro de atención. La frase suya para indicar que ante Cristo no es ni siquiera digno de llevarle las sandalias, indica fundamentalmente que él no es nada más que la voz que anuncia a Jesús. Esa es su misión, y por añadidura, es la misión de todos aquellos que nos profesamos cristianos y católicos: lo importante de nuestra vida es Jesús.
“Laetátus sum in his quae dicta sunt mihi: in domum Dómini íbimus” (“Me he alegrado en esto que se me ha dicho: A la casa del Señor iremos”), reza el celebrante en la misa de hoy, expresando de este modo que vamos al encuentro del Señor que viene a traernos su paz, porque El es verdaderamente el Camino, la Verdad y la Vida. Y el Adviento nos llena de gozo porque sabemos que los tiempos se han cumplido en plenitud en el Hijo de María de Nazareth, Nuestro Señor Jesucristo, el verdadero Cordero de Dios, como lo señaló Juan el Bautista: “Agnus Dei, qui tollis peccata mundi”, y que nosotros como hijos de la Santa Madre Iglesia tenemos la dicha de repetir en cada Sancta Missa.
“El Precursor señala también ahora el sendero que hemos de seguir. En el apostolado personal –cuando vamos preparando a otros para que encuentren a Cristo-, debemos procurar no ser el centro. Lo importante es que Cristo sea anunciado, conocido y amado: Sólo Él tiene palabras de vida eterna, sólo en Él se encuentra la salvación” (Francisco Fernández Carvajal).
Por último, en este día domingo de Adviento pensemos y meditemos que nosotros además de ser precursores somos testigos de Cristo, pues por nuestra condición bautismal y la Confirmación que hemos recibido debemos estar siempre prontos a confesar con las obras y de la palabra la fe en Cristo.A Él sea el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

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