¿Qué significa esta estrella esplendorosa, esta regia comitiva, estas barras de oro, este incienso y precisos perfumes comparados con aquella otra noche, con aquel silencio y oscuridad, y con la pobreza del nacimiento de Jesús? La pobre morada del Salvador se ha trocado en corte regia, en catedral cristiana. Tal es el significado del misterio; es la revelación de la realeza de Cristo, en general y especialmente es la revelación de los atributos de esta misma realeza. El misterio, todo entero, es una revelación y reconocimiento de la realeza de Cristo. Ya los Magos publicaban esta realeza al preguntar por el recién nacido Rey de los judíos, y lo confirmaban con su homenaje a Cristo como Mesías, y como Rey y como Dios; que no otra cosa significaban sus regalos consistentes en oro, incienso y mirra (Math., II, 2); el oro era la ofrenda la Rey; el incienso, la ofrenda a Dios; la mirra, la ofrenda al Redentor. Al adorar, pues, a Jesús, adoran en Él su realeza divina y sacerdotal.
Descríbense también gloriosamente en este misterio los atributos de la realeza del Salvador. Y, desde luego, su origen. No es una realeza adquirida por el oro, ni conquistada por la fuerza, ni transferida por la voluntad de los súbditos, sino una realeza inherente a la persona misma de Cristo, connatural a Él y personal. Cristo es Rey porque es el Hombre-Dios. También nos revela este misterio, la potencia de la realeza de Cristo, la cual se extiende a todos y a todo. Jesucristo es el dueño del mundo material, es el Señor de los hombres, sobre todo de sus enemigos que tiemblan al solo anuncio de su venida y que no consiguen más que realizar los designios del Salvador aun contra su misma voluntad. El es el Señor de sus súbditos fieles, a quienes llama donde quiere, y les da la capacidad de hacer los sacrificios inherentes a su vocación, pues El es también el Señor de la gracia. Es, finalmente, el Señor de los judíos y de los gentiles, el Señor de toda la redondez de la tierra y de todas las generaciones. Revélanse, además, los beneficios y bendiciones de esta realeza. Cristo es el Señor de todos, y por esto a todos ama y llama a todos, pastores y sabios, pobres y reyes, justos y pecadores, judíos y gentiles. Por último, se revelan los destinos de esta realeza. El misterio de la Epifanía del Señor es una imagen brillantísima que refleja las magnificencias del reino de Cristo, no sólo las presentes, sino las futuras.
Debemos, pues, ante todo regocijarnos y felicitarnos en el Salvador, para quien tanta gloria y reconocimiento redundan de todas las maravillas que acompañaron su Epifanía. En segundo lugar, rindamos acciones de gracia. Este misterio nos toca muy de cerca; en él vemos figurada nuestra propia vocación. Los Santos Reyes son los primeros llamados, las primicias, los primeros príncipes de la gentilidad en la Iglesia. Tras ellos se han emprendido todos los pueblos gentiles el camino de la cruz hacia el Cristo; y nosotros hemos sido los últimos en llegar. Estando nosotros muy lejos, nos ha llamado a la maravillosa luz de su fe y de su Iglesia. Rindámosle a nuestro Rey, nuestros humildes homenajes y sirvámosle con amor, generosidad y espíritu de sacrificio.
Pidámosle a los Santos Reyes que nos enseñen el camino que nos lleva a Cristo, y a María Santísima que nos prepare el camino que lleva al amor pleno. ¡María Stella maris, Stella orientis, ora pro nobis!
Descríbense también gloriosamente en este misterio los atributos de la realeza del Salvador. Y, desde luego, su origen. No es una realeza adquirida por el oro, ni conquistada por la fuerza, ni transferida por la voluntad de los súbditos, sino una realeza inherente a la persona misma de Cristo, connatural a Él y personal. Cristo es Rey porque es el Hombre-Dios. También nos revela este misterio, la potencia de la realeza de Cristo, la cual se extiende a todos y a todo. Jesucristo es el dueño del mundo material, es el Señor de los hombres, sobre todo de sus enemigos que tiemblan al solo anuncio de su venida y que no consiguen más que realizar los designios del Salvador aun contra su misma voluntad. El es el Señor de sus súbditos fieles, a quienes llama donde quiere, y les da la capacidad de hacer los sacrificios inherentes a su vocación, pues El es también el Señor de la gracia. Es, finalmente, el Señor de los judíos y de los gentiles, el Señor de toda la redondez de la tierra y de todas las generaciones. Revélanse, además, los beneficios y bendiciones de esta realeza. Cristo es el Señor de todos, y por esto a todos ama y llama a todos, pastores y sabios, pobres y reyes, justos y pecadores, judíos y gentiles. Por último, se revelan los destinos de esta realeza. El misterio de la Epifanía del Señor es una imagen brillantísima que refleja las magnificencias del reino de Cristo, no sólo las presentes, sino las futuras.
Debemos, pues, ante todo regocijarnos y felicitarnos en el Salvador, para quien tanta gloria y reconocimiento redundan de todas las maravillas que acompañaron su Epifanía. En segundo lugar, rindamos acciones de gracia. Este misterio nos toca muy de cerca; en él vemos figurada nuestra propia vocación. Los Santos Reyes son los primeros llamados, las primicias, los primeros príncipes de la gentilidad en la Iglesia. Tras ellos se han emprendido todos los pueblos gentiles el camino de la cruz hacia el Cristo; y nosotros hemos sido los últimos en llegar. Estando nosotros muy lejos, nos ha llamado a la maravillosa luz de su fe y de su Iglesia. Rindámosle a nuestro Rey, nuestros humildes homenajes y sirvámosle con amor, generosidad y espíritu de sacrificio.
Pidámosle a los Santos Reyes que nos enseñen el camino que nos lleva a Cristo, y a María Santísima que nos prepare el camino que lleva al amor pleno. ¡María Stella maris, Stella orientis, ora pro nobis!
No hay comentarios:
Publicar un comentario