miércoles, 19 de enero de 2011

La Liturgia (III).

“El texto litúrgico del Sanctus contiene tres acentos nuevos respecto al texto bíblico de Is. 6. El escenario no es ya, como en el profeta, el templo de Jerusalén sino el cielo que en el misterio se abre a la tierra. Por eso no son ya sólo los serafines los que aclaman, sino todo el ejército del cielo, a cuya invocación puede sumarse toda la Iglesia, la humanidad redimida, por medio de Cristo que une el cielo y la tierra. Finalmente el Sanctus cambia, a partir de aquí, de la tercera persona de plural a la segunda: “Llenos está el cielo y la tierra de tu gloria”. El hosanna, un grito de socorro en su origen, se convierte así en aclamación. El que no tenga en cuenta el carácter mistérico y el carácter místico de la invitación a unirse a la alabanza de los coros celestiales, pierde el sentido de la totalidad. Esta unión puede darse de distintas maneras, siempre relacionadas con la representación. La comunidad reunida en un lugar se abre a la totalidad. Representa también a los ausentes, se une a los lejanos y a los próximos. Si hay en ella un coro que pueda asociarla con más fuerza que su propio balbuceo a la alabanza cósmica y a la apertura de cielo y tierra, en ese instante está especialmente indicada la función representativa del coro. Este puede permitir un mayor acceso a la alabanza de los ángeles y un acompañamiento interior más profundo de lo que en ocasiones puede alcanzar la propia invocación y canto”.
“El Sanctus celebra la gloria eterna de Dios; el Benedictus se refiere, en cambio, a la llegada de Dios encarnado en medio de nosotros. Cristo, el que vino, es también el que viene: su venir eucarístico, la anticipación de su hora, convierte la promesa en presente e introduce el futuro en nuestra casa. Por eso, el Benedictus tiene sentido en el acceso a la consagración y como aclamación a la forma eucarística del Señor hecho presente. El gran instante de la venida, el prodigio de su presencia real en los elementos de la tierra, pide formalmente una respuesta. La elevación, genuflexión y toque de campanilla son ensayos balbucientes de respuesta. La reforma litúrgica, en paralelo con el rito bizantino, ha conformado una aclamación del pueblo: “Anunciamos tu muerte, Señor…”.
“La encarnación es sólo la primera parte del movimiento. Cobra sentido y se hace definitiva en la cruz y la resurrección: desde la cruz, el Señor lo atrae todo a sí e introduce la carne, es decir, a los humanos y a todo el universo creado en la eternidad de Dios”.
(Fuente: Benedicto XVI/Joseph Ratzinger: Orar).

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