“Este giro aparece externamente con especial claridad en el cambio de orientación al orar: el judío, dondequiera que esté, ora en dirección a Jerusalén; el templo es el punto de referencia de toda religión, de suerte que la relación con Dios, la relación orante, debe pasar siempre por el templo, al menos en la orientación del cuerpo. Los cristianos no oran en la dirección de un templo, sino mirando a oriente: el sol naciente que triunfa sobre la noche simboliza a Cristo resucitado y es considerado como signo de un retorno. El cristiano expresa en su postura orante su dirección hacia el Resucitado, verdadero punto de referencia de su vida. Por eso la orientación al este ha sido durante siglos la ley básica en la arquitectura cristiana; expresa la omnipresencia del poder congregador del Señor que, como el sol naciente, domina el mundo entero”.
“El espíritu guarda las piedras para construir; no a la inversa. El espíritu no puede sustituirse por dinero y por la historia. Si no construye el espíritu, las piedras se tornan mudas. Donde el espíritu no está vivo, no actúa e impera, las catedrales se convierten en museos, en monumentos del pasado cuya belleza entristece porque está muerta. Esta viene a ser la advertencia que nos llega de la fiesta catedralicia. La grandeza de nuestra historia y nuestro poder económico no nos salvan; ambas cosas pueden convertirse en escombros que nos ahoga. Si el espíritu no construye, el dinero construye en vano. Sólo la fe puede mantener viva la catedral, y la pregunta que la catedral milenaria nos dirige es si tenemos la fe necesaria para darle un presente y un futuro. Al final, la protección al monumento, por importante de agradecer que sea, no puede mantener la catedral; sólo puede hacerlo el espíritu que la creó”.
(Benedicto XVI/Joseph Ratzinger: Orar).
“El espíritu guarda las piedras para construir; no a la inversa. El espíritu no puede sustituirse por dinero y por la historia. Si no construye el espíritu, las piedras se tornan mudas. Donde el espíritu no está vivo, no actúa e impera, las catedrales se convierten en museos, en monumentos del pasado cuya belleza entristece porque está muerta. Esta viene a ser la advertencia que nos llega de la fiesta catedralicia. La grandeza de nuestra historia y nuestro poder económico no nos salvan; ambas cosas pueden convertirse en escombros que nos ahoga. Si el espíritu no construye, el dinero construye en vano. Sólo la fe puede mantener viva la catedral, y la pregunta que la catedral milenaria nos dirige es si tenemos la fe necesaria para darle un presente y un futuro. Al final, la protección al monumento, por importante de agradecer que sea, no puede mantener la catedral; sólo puede hacerlo el espíritu que la creó”.
(Benedicto XVI/Joseph Ratzinger: Orar).
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