El Mesías, príncipe de la paz.
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La paz es uno de los grandes bienes constantemente implorados en el Antiguo Testamento. Se promete este don al pueblo de Israel como recompensa a su fidelidad, y aparece como una obra de Dios de la que se siguen incontables beneficios. Pero la verdadera paz llegará a la tierra con la venida del Mesías. Por eso los ángeles anuncian cantando: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. El Adviento y la Navidad son tiempos especialmente oportunos para aumentar la paz en nuestros corazones; son tiempos también para pedir la paz de este mundo lleno de conflictos e insatisfacciones.
Mirad: Nuestro Señor llega con fuerza. Para visitar a su pueblo con la paz y darle la vida eterna. Isaías nos recuerda que en la era mesiánica habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos. Con el Mesías se renueva la paz y la armonía del comienzo de la Creación y se inaugura un orden nuevo.
El Señor es el Príncipe de la Paz, y desde el mismo momento en que nace nos trae un mensaje de paz y de alegría, de la única paz verdadera y de la única alegría cierta. Después las irá sembrando a su paso por todos los caminos: La paz sea con vosotros; soy yo, no temáis. La presencia de Cristo en nuestras vidas es, en toda circunstancia, la fuente de una paz serena e inalterable: Soy yo, no temáis, nos dice.
Las enseñanzas del Señor constituyen la buena nueva de la paz. Y este es también el tesoro que nos ha dejado en herencia a sus discípulos de todos los tiempos: la paz os dejo, mi paz os doy, no os la doy yo como la da el mundo. (…) La paz del Señor trasciende por completo la paz del mundo, que puede ser superficial y aparente, quizá resultado del egoísmo y compatible con la injusticia.
Cristo es nuestra paz y nuestra alegría; el pecado por el contrario, siembra soledad, inquietud y tristeza en el alma. La paz del cristiano, tan necesaria para el apostolado y para la convivencia, es orden interior, conocimiento de las propias miserias y virtudes, respeto a los demás y una plena confianza en el Señor, que nunca nos deja. Es consecuencia de la humildad, de la filiación divina y de la lucha contra las propias pasiones, siempre dispuestas al desorden.
Intentemos, pues, en estos días de Adviento, fomentar la paz y la alegría, superando los obstáculos; aprendamos a encontrar al Señor en todas las cosas; también los momentos difíciles.
Santa María, Reina de la Paz, nos ayudará a tener paz en nuestros corazones, a recuperarla si la hubiéramos perdido, y a comunicarla a quienes nos rodean.
(R. P. Francisco Fernández Carvajal).
La paz es uno de los grandes bienes constantemente implorados en el Antiguo Testamento. Se promete este don al pueblo de Israel como recompensa a su fidelidad, y aparece como una obra de Dios de la que se siguen incontables beneficios. Pero la verdadera paz llegará a la tierra con la venida del Mesías. Por eso los ángeles anuncian cantando: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. El Adviento y la Navidad son tiempos especialmente oportunos para aumentar la paz en nuestros corazones; son tiempos también para pedir la paz de este mundo lleno de conflictos e insatisfacciones.
Mirad: Nuestro Señor llega con fuerza. Para visitar a su pueblo con la paz y darle la vida eterna. Isaías nos recuerda que en la era mesiánica habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos. Con el Mesías se renueva la paz y la armonía del comienzo de la Creación y se inaugura un orden nuevo.
El Señor es el Príncipe de la Paz, y desde el mismo momento en que nace nos trae un mensaje de paz y de alegría, de la única paz verdadera y de la única alegría cierta. Después las irá sembrando a su paso por todos los caminos: La paz sea con vosotros; soy yo, no temáis. La presencia de Cristo en nuestras vidas es, en toda circunstancia, la fuente de una paz serena e inalterable: Soy yo, no temáis, nos dice.
Las enseñanzas del Señor constituyen la buena nueva de la paz. Y este es también el tesoro que nos ha dejado en herencia a sus discípulos de todos los tiempos: la paz os dejo, mi paz os doy, no os la doy yo como la da el mundo. (…) La paz del Señor trasciende por completo la paz del mundo, que puede ser superficial y aparente, quizá resultado del egoísmo y compatible con la injusticia.
Cristo es nuestra paz y nuestra alegría; el pecado por el contrario, siembra soledad, inquietud y tristeza en el alma. La paz del cristiano, tan necesaria para el apostolado y para la convivencia, es orden interior, conocimiento de las propias miserias y virtudes, respeto a los demás y una plena confianza en el Señor, que nunca nos deja. Es consecuencia de la humildad, de la filiación divina y de la lucha contra las propias pasiones, siempre dispuestas al desorden.
Intentemos, pues, en estos días de Adviento, fomentar la paz y la alegría, superando los obstáculos; aprendamos a encontrar al Señor en todas las cosas; también los momentos difíciles.
Santa María, Reina de la Paz, nos ayudará a tener paz en nuestros corazones, a recuperarla si la hubiéramos perdido, y a comunicarla a quienes nos rodean.
(R. P. Francisco Fernández Carvajal).
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