viernes, 31 de diciembre de 2010

El último día del año.

Y llegamos al último día, al último momento del año. No todos los que comenzaron este año han podido terminarlo.
De los que lo terminan, no todos lo terminan con la felicidad y con la salud con las que nosotros tal vez lo terminamos.
Indudablemente, esto nos debe mover a un acto de gratitud a Dios, que nos ha concedido otro año más.
En estos 365 días hemos vivido más de 8.000 horas, y más de medio millón de minutos. ¿Podremos afirmar con verdad, delante de Dios y de nuestra conciencia, que todas esas horas y todos esos minutos han sido vividos con honestidad, buscando el bien y la verdad? ¿No habremos perdido lamentablemente algunos de esos minutos en actos que nos han rebajado; en violencias, en odios, en torcidas intenciones, en actos de pereza, de soberbia, en egoísmos?
Al terminar este año, no está mal arrepentirnos con sinceridad de todo lo malo que hayamos hecho y de todo lo bueno que hayamos dejado de hacer.
“El Señor creó al hombre de la tierra y o hace volver de nuevo a ella; le señaló un número de días y un tiempo determinado” (Eclo 17, 1-2). Cada uno de los días del año que ha pasado ha sido una responsabilidad para nosotros: ¿lo habremos hecho fructificar? ¿lo habremos dejado perder?.
(R.P. Alfonso Milagro, claretiano, 1915-1981).

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