viernes, 27 de febrero de 2009

Jesucristo, autor de nuestra redención II.


“Cristo aceptó soberanamente padecer en su carne pasible, capaz de dolor. Cuando al entrar en este mundo dijo a su Padre: “Heme aquí”, Ecce venio ut faciam, Deus, voluntatem tuam, preveía todas las humillaciones, los dolores todos de su Pasión y muerte y todo lo aceptó libremente en el fondo de su corazón por amor de su Padre y nuestro: Volui, “Sí, quiero”, et legem tuam in medio cordis mei.
“Cuando esa hora llega, Jesús se entrega. Vedle en el Jardín de los Olivos un día antes de su muerte; la chusma armada se adelanta hacia El para prenderle y hacerle condenar. “¿A quién buscáis?”, les pregunta, y cuando ellos contestan: “A Jesús Nazareno”, dice sencillamente: “Yo soy”. Esta palabra caída de sus labios basta para arrojar en tierra a sus enemigos. Pudiera hacer que continuasen derribados; pudiera, como El mismo decía, pedir a su Padre que enviase legiones de ángeles para librarle. Precisamente en este momento recuerda que cada día se le ha visto en el templo y que nadie ha podido echar mano de El; aún no había venido su hora; por eso no les daba licencia para prenderle; pero entonces había sonado ya el momento en que debía por la salvación del mundo entregarse a sus verdugos, los cuales no obraban más que como instrumentos del poder infernal: Haec est hora vestra et potestas tenebrarum. La soldadesca le lleva de tribunal en tribunal; El lo soporta todo con paciencia; sin embargo de ello, delante del Sanhedrín, tribunal supremo de los judíos, proclama sus derechos de Hijo de Dios; después se abandona al furor de sus enemigos, hasta el momento de consumar su sacrificio sobre la Cruz.
“Si se entregó fue verdaderamente porque quiso: Oblatus est quia ipsi voluit. En esta entrega voluntaria y llena de amor de todo su ser sobre la Cruz, por esta muerte del hombre Dios, por esta inmolación de una víctima inmaculada que se ofrece en aras del amor y con una libertad soberana, dase a la justicia divina una satisfacción infinita, que nos adquiere un mérito inagotable, y se devuelve al mismo tiempo la vida eterna al género humano.
El consummatus factus est ómnibus obtemperantibus sibi, causa salutis aeternae. “Por haber consumado la obra de su mediación, Cristo se hizo para todos aquellos le siguen la causa meritoria de la salvación eterna”. Por eso tenía razón San Pablo cuando decía: “En virtud de esta voluntad, somos nosotros santificados por la oblación que, una vez por todas, hizo Jesucristo de su propio cuerpo”. In qua voluntate sanctificati sumus per oblationem corporis Jesu Christi semel”.
Fuente: Dom Columba Marmión: “Jesucristo, vida del alma. Conferencias espirituales. 1917.

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