sábado, 7 de febrero de 2009

De la enseñanza del Cardenal Ratzinger (por gracia de Dios, Benedicto XVI, Vicario de Cristo de la Iglesia Católica Romana), 10º parte.


“Es evidente que, en la liturgia del Logos –de la Palabra eterna- la palabra y, por consiguiente, también la voz humana, desempeñan un papel fundamental. (…)
“En primer lugar esta la oratio, la oración del sacerdote, en la que este, en nombre de toda la comunidad, se dirige al Padre, por medio de Cristo, en el Espíritu Santo. Luego están las distintas formas de anuncio: las lecturas (“los profetas y los apóstoles”, se decía en la Iglesia antigua, entendiendo todo el Antiguo Testamento como profecía), el Evangelio (que se canta en las celebraciones más solemnes), el comentario de la palabra leída que, en sentido estricto, es competencia del obispo y, después, también del sacerdote y del diácono. Viene después la respuesta, mediante la cual la comunidad reunida acoge y hace suya la palabra. Esta estructura de palabra y respuesta, que es esencial para la liturgia, reproduce la estructura fundamental del proceso de la revelación en cuanto tal: en él palabra y respuesta, el discurso de Dios y la escucha acogedora de la esposa, la Iglesia, se implican mutuamente.
“La respuesta adquiere formas diversas en la liturgia: la aclamación, que para la antigua concepción jurídica tenía gran importancia. La aclamación confirma que la palabra ha sido acogida y completa, de esta manera, el proceso de la revelación, de la donación que Dios hace de sí mismo en la palabra. Este es el sentido del Amén, del Alleluia, el Et cum spiritu tuo, etc. Una de las adquisiciones más importantes de la renovación litúrgica es el hecho de que el pueblo vuelva a responder directamente mediante la aclamación, sin la mediación de un representante, el acólito. Sólo así queda restaurada la verdadera estructura litúrgica que, a su vez, tal y como lo acabamos de verlo, concreta en la celebración litúrgica la estructura fundamental de la acción de Dios: Dios, Aquél que se revela, no quiso permanecer en el solus Deus, en el solus Christus, sino que se otorgó un cuerpo, encontró una esposa: busca, por tanto, una respuesta. Ese es, precisamente, el fin de la revelación.
“Junto a la aclamación están las distintas formas de recepción meditativa de la Palabra, sobre todo en el canto del salmo (pero también en el himno), cuyas diversas manifestaciones (el responsorio y la antífona), no podemos afrontar aquí. Y luego está el “cántico nuevo”, el gran canto de la Iglesia que sale al encuentro de la música del cielo nuevo y la tierra nueva. Por ello, es conforme a la esencia de la liturgia cristiana que, junto al canto de la comunidad, ocupen un lugar preferente tanto el coro como los instrumentos musicales, lugar que ningún purismo del canto común les puede arrebatar”.
Fuente: Ratzinger, Joseph: “El espíritu de la liturgia. Una introducción”. Madrid: Ediciones Cristiandad. 2002.

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