domingo, 1 de febrero de 2009

El tesoro escondido.

Después de la reforma conciliar, hubo un desmantelamiento de todo aquello que –para los reformistas-, parecía antiguo y anticuado. Principiando por los ornamentos sagrados, se llegó a literalmente destruir todo lo que hasta ese momento era patrimonio de la Iglesia, y porque no decirlo, patrimonio cultural de la nación. Así, desaparecieron los púlpitos y los altares; se sacaron los comulgatorios y los reclinatorios fueron a dar a la bodega de trastos inútiles. Los libros litúrgicos también fueron a parar a las bodegas, o bien si tuvieron mejor suerte se llenaron de polvo en algún anaquel de la biblioteca de las parroquias (si las había). Los ornamentos sagrados sacerdotales y diaconales como las casullas y las dalmáticas, las estolas, los manípulos, como también los demás elementos de uso litúrgico que ya no tenían cabida en el nuevo orden eran lanzados a las bodegas donde se cubrieron de polvo y de telarañas hasta que, en el peor de los casos, terminar destruyéndose por la incuria de quienes debieron cuidarlos como lo que eran: patrimonio religioso-cultural.
Con el transcurrir del tiempo, algunos de estos elementos, objetos y libros, salieron sin que nadie supiera cómo de las bodegas o los baúles en que estaban enclaustrados, y fueron a parar a tiendas de antigüedades o a ferias populares donde se venden una heterogeneidad de objetos. Así, uno aún puede ver candelabros, patenas, cálices y misales. Muchos fieles también se deshicieron de los misales de uso diario pensando que ya no tenía sentido tenerlos, y que uno logra rescatar en las ferias de libros usados, como rarezas y antiguallas, según el decir del que vende.
Sin embargo, hubo católicos amantes de la liturgia que han preservado los ornamentos y objetos litúrgicos del usus antiquior, porque no sólo forman parte de la riqueza cultural de la Iglesia, sino que son patrimonio religioso- cultural. Por eso que es sorprende que en una capilla privada cercana a Casablanca, nos hemos encontrado con la grata y sorprende sorpresa que en esa capilla que tiene muchas décadas, se han conservado el hermoso altar ad orientem como todos los ornamentos litúrgicos en uso, previos al desmantelamiento, en un estado digno de encomio y que refleja bien el amor que se ha tenido en esta familia a Dios y a la Iglesia al conservar su patrimonio religioso. Las imágenes religiosas más que centenarias y todo el entorno de este lugar sagrado, nos revelan que estamos frente a una muestra palpable de que cuando se quiere, se puede, en este caso, preservar patrimonialmente.
Ahora que el Papa Benedicto XVI con su paciencia, humildad y sabiduría está demostrándole a la Iglesia que el tesoro escondido de la liturgia tradicional debe ser rescatado y ennoblecido dentro de la hermenéutica de la continuidad, y cuando el esplendor de la liturgia tradicional deslumbra a aquellos que la desconocían, ejemplos como los de esta familia casablanquina son un aliciente para todos los que promovemos el querer del Sumo Pontífice.

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