A Miguel Ghislieri se le recuerda como el Papa de la Batalla de Lepanto y de la difusión del Santo Rosario, quien al ser elegido tomó el nombre de Pío V.
Al lado de Gregorio VII, “El monje Hildebrando” (benedictino) que organizó y vitalizó la Iglesia después de los graves lunares de principios del siglo XI, como guía providencial de esta magna comunidad de los creyentes, la Iglesia, en el siglo XVI, aparece este dominico nacido en Bosco Morengo (Italia), en 1504, de familia humilde y sinceramente cultura del vivir cristiano.
A los catorce años ingresó el joven Miguel a la comunidad de Santo Domingo. Después de la debida preparación, fue ordenado sacerdote y durante 16 años ejerció como profesor de filosofía. En 1556 fue nombrado obispo de Nepi y Sutre. Al año siguiente, en plena época de la Inquisición, con la que se quería, según la mentalidad de la época, defender la integridad de la fe, dando sentencias en la Iglesia y pidiendo a los poderes temporales que aplicaran penas, aun de muerte, a los herejes, se dio al obispo Ghislieri el cargo de inquisidor general, y se le dio el título de cardenal. Por obediencia a la Iglesia, ejerció esas funciones. Se destaca la manera paternal como el Cardenal trataba a los acusados ante la Inquisición.
En 1565, a la muerte de Pío IV, y con influjo de san Carlos Borromeo, arzobispo de Milán, que veía en él una esperanza para la Iglesia, fue elegido Papa, asumiendo el nombre de Pío V. Se acaba de realizar el Concilio de Trento (1545-1563) y era necesaria su aplicación, en lo que puso todo empeño el nuevo pontífice.
En ese avance de orden y purificación en la Iglesia san Pío V fue tomando determinaciones concretas ya en los libros litúrgicos como el breviario para sacerdotes y religiosos, ya en el Misal, que centrará bien la celebración eucarística. El Papa buscó mayor atención a los pobres y la ejecución de obras concretas a favor de ellos; impuso normas de moralidad pública claras y tan estrechas, que se habló de haber convertido a Roma en “un gran monasterio”. Prestó gran atención a los problemas del naciente protestantismo y a las situaciones de unidad y separación de los ingleses de la Iglesia. Sin embargo, alcanzó pocos resultados, y más bien se afianzaron las divisiones.
En 1571 se agudizó el enfrentamiento con los musulmanes. En la mente y en el corazón de los creyentes en Cristo está la figura del Papa, quien, mientras luchaban en Lepanto los ejércitos cristianos, recorría las calles de Roma recitando con millares de fieles el santo rosario, invocando a María Santísima como auxilio de los cristianos. El 7 de octubre fue el día central de esa oración y de esa victoria, por manifiesta ayuda de la Madre de Dios sobre los creyentes que, con el Papa a la cabeza, la invocaron con tanta fe, al igual que Moisés invocaba a Dios con los brazos en alto para que sus ejércitos lograran los triunfos necesarios (Ex 17, 8-16).
En 1572 se enfermó gravemente Pío V y el 1 de mayo, a los 68 años, murió en Roma. Pío I y Pío X son los otros Papas con ese glorioso nombre que han sido canonizados al lado de Pío V, quien lo fuera en 1712. Pío IX ya recibió en el año 2000 el honor de los altares como beato. (Pío XII, por su parte, ha sido declarado venerable en camino a los altares). De las virtudes de San Pío V, que lo alentaron en su edificante vida y en su memorable pontificado, se han destacado su fervor en la oración, su amor y confianza en María Santísima, su bondadoso trato, su austeridad monacal en todas las épocas de su vida, su atención personal a los pobres y necesitados. Mucho le debe la Iglesia y el mundo por sus enseñanzas, por sus normas y exigencias claras y persistentes, pero, ante todo, por su testimonio. En él también “la gracia de Dios no fue vana” (1 Co 15, 10) y de allí su memorable personalidad. (Msr. Libardo Ramírez Gómez).
Al lado de Gregorio VII, “El monje Hildebrando” (benedictino) que organizó y vitalizó la Iglesia después de los graves lunares de principios del siglo XI, como guía providencial de esta magna comunidad de los creyentes, la Iglesia, en el siglo XVI, aparece este dominico nacido en Bosco Morengo (Italia), en 1504, de familia humilde y sinceramente cultura del vivir cristiano.
A los catorce años ingresó el joven Miguel a la comunidad de Santo Domingo. Después de la debida preparación, fue ordenado sacerdote y durante 16 años ejerció como profesor de filosofía. En 1556 fue nombrado obispo de Nepi y Sutre. Al año siguiente, en plena época de la Inquisición, con la que se quería, según la mentalidad de la época, defender la integridad de la fe, dando sentencias en la Iglesia y pidiendo a los poderes temporales que aplicaran penas, aun de muerte, a los herejes, se dio al obispo Ghislieri el cargo de inquisidor general, y se le dio el título de cardenal. Por obediencia a la Iglesia, ejerció esas funciones. Se destaca la manera paternal como el Cardenal trataba a los acusados ante la Inquisición.
En 1565, a la muerte de Pío IV, y con influjo de san Carlos Borromeo, arzobispo de Milán, que veía en él una esperanza para la Iglesia, fue elegido Papa, asumiendo el nombre de Pío V. Se acaba de realizar el Concilio de Trento (1545-1563) y era necesaria su aplicación, en lo que puso todo empeño el nuevo pontífice.
En ese avance de orden y purificación en la Iglesia san Pío V fue tomando determinaciones concretas ya en los libros litúrgicos como el breviario para sacerdotes y religiosos, ya en el Misal, que centrará bien la celebración eucarística. El Papa buscó mayor atención a los pobres y la ejecución de obras concretas a favor de ellos; impuso normas de moralidad pública claras y tan estrechas, que se habló de haber convertido a Roma en “un gran monasterio”. Prestó gran atención a los problemas del naciente protestantismo y a las situaciones de unidad y separación de los ingleses de la Iglesia. Sin embargo, alcanzó pocos resultados, y más bien se afianzaron las divisiones.
En 1571 se agudizó el enfrentamiento con los musulmanes. En la mente y en el corazón de los creyentes en Cristo está la figura del Papa, quien, mientras luchaban en Lepanto los ejércitos cristianos, recorría las calles de Roma recitando con millares de fieles el santo rosario, invocando a María Santísima como auxilio de los cristianos. El 7 de octubre fue el día central de esa oración y de esa victoria, por manifiesta ayuda de la Madre de Dios sobre los creyentes que, con el Papa a la cabeza, la invocaron con tanta fe, al igual que Moisés invocaba a Dios con los brazos en alto para que sus ejércitos lograran los triunfos necesarios (Ex 17, 8-16).
En 1572 se enfermó gravemente Pío V y el 1 de mayo, a los 68 años, murió en Roma. Pío I y Pío X son los otros Papas con ese glorioso nombre que han sido canonizados al lado de Pío V, quien lo fuera en 1712. Pío IX ya recibió en el año 2000 el honor de los altares como beato. (Pío XII, por su parte, ha sido declarado venerable en camino a los altares). De las virtudes de San Pío V, que lo alentaron en su edificante vida y en su memorable pontificado, se han destacado su fervor en la oración, su amor y confianza en María Santísima, su bondadoso trato, su austeridad monacal en todas las épocas de su vida, su atención personal a los pobres y necesitados. Mucho le debe la Iglesia y el mundo por sus enseñanzas, por sus normas y exigencias claras y persistentes, pero, ante todo, por su testimonio. En él también “la gracia de Dios no fue vana” (1 Co 15, 10) y de allí su memorable personalidad. (Msr. Libardo Ramírez Gómez).
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