jueves, 28 de mayo de 2015

JUEVES DE LA OCTAVA DE PENTECOSTÉS



JUEVES DE LA OCTAVA DE PENTECOSTÉS
Fiesta extralitúrgica de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote
I clase, rojo
Gloria, Aleluya pascual con genuflexión, Secuencia, Credo, Prefacio y Comunicantes y Hanc igitur propios.

Durante la octava de Pentecostés se prolonga la alegría de la Iglesia por el don del Espíritu Santo. La misa de hoy vuelve a repetir los cánticos y las oraciones de domingo.
CRISTO SACERDOTE. Se celebra también en España y en otros lugares una fiesta instituida el  6 de junio de 1974: la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote. La rúbricas del misal de 1962 no permiten celebrar esta fiesta con los textos de la misa votiva  que Pio XI mando insertar en el misal en el año 1935. Pero ello, no obsta a que en este jueves meditemos sobre el sacerdocio de Nuestro Señor Jesucristo.
Desde el primer instante de la Encarnación, el Hijo de Dios, por la unción del Espíritu Santo, es consagrado Mesías: Sacerdote, Profeta y Rey en su humanidad. Toda su existencia terrena y especialmente en el momento de su ofrenda en la cruz, Nuestro Señor Jesucristo mediante la unción del Espíritu Santo realiza el sacrificio único, perfecto y definitivo que nos posibilita la vida de comunión con Dios. Él es en verdad sacerdote, víctima y altar. Sacerdote porque él ofrece el sacrificio. Víctima porque se ofrece a sí mismo. Altar porque lo ofrecen el altar de su humanidad, de su cuerpo.  Tras su ascensión, sigue ejerciendo su sacerdocio intercediendo incesantemente ante el Padre en favor nuestro, ofreciendo los méritos de su Pasión, el culto de toda la creación que alaba a su Creador, el amor de la Virgen Santísima, de los ángeles  y de todos los santos y la ofrenda de su cuerpo, la Iglesia
SACERDOCIO COMÚN. La misión del Espíritu Santo es unirnos a Cristo y hacernos vivir en él. Esto comienza a realizarse en el Bautismo por el que somos incorporados a Cristo Sacerdote, Profeta y Rey. Todos los bautizados –al ser cuerpo de Cristo- participan de aquello que es su Cabeza y están llamados también a ofrecer el culto en espíritu y verdad que agrada al Padre. Ha hecho de nosotros un pueblo sacerdotal. Una ofrenda que es agradable al Padre no por el valor de nuestros méritos sino porque es culto en su Hijo: Cristo acoge nuestra ofrenda y la hace suya. Es así como hemos de entender la expresión “completar lo que falta a la Pasión de Cristo”.
La existencia cristiana es pues una existencia sacerdotal  para ofrecernos junto con él acogiendo aquellas palabras del apóstol: Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual. Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto. Rom 12, 1-2. 
El modelo perfecto de la acción del Espíritu Santo en el ser humano se nos presenta también como modelo de sacerdocio bautismal es la Virgen María: «La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba amorosamente su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima que Ella había engendrado. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26-27)» (LG 58). Por eso, la llamamos Corredentora. 

SACERDOCIO MINISTERIAL. El santo Evangelio de hoy nos recuerda como Nuestro Señor convocando a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades; y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar. Los hace partícipes de su misma misión como sacerdote, profeta y rey. Exhalando su aliento sobre los Apóstoles después de su Resurrección y enviándoselo en Pentecostés, los constituye sacerdotes de la nueva alianza para gobernar, enseñar y santificar a su pueblo. Entre todos los bautizados, Jesús sigue eligiendo a algunos hombres por medio de su Iglesia  para que continúen su sacerdocio  mediante la celebración de los sacramentos, en particular de la Santa Misa, y la predicación. Pero, el sacerdote católico no obra por sí mismo, sino que es Cristo el que actúa por medio de él –in persona Christi-, siendo aquel sacramento vivo del Único y Eterno Sacerdote y Pastor por la acción misteriosa del Espíritu Santo.  Podemos hacer nuestra la oración de la misa votiva: Oh Dios, que cuidas y santificas a tu Iglesia por medio de tu Espíritu; suscita en ella dispensadores fieles e idóneos de los santos misterios, para que por su ministerio y su ejemplo, el pueblo cristiano protegido por ti avance por la senda de la salvación.
RELACIÓN DEL SACERDOCIO COMÚN Y EL SACERDOTE MINISTERIAL. El
sacerdocio ministerial o jerárquico de los obispos y de los presbíteros, y el sacerdocio común de todos los fieles, "aunque su diferencia es esencial y no sólo en grado, están ordenados el uno al otro; [...] ambos, en efecto, participan (LG 10), cada uno a su manera, del único sacerdocio de Cristo" (LG 10). ¿En qué sentido? Mientras el sacerdocio común de los fieles se realiza en el desarrollo de la gracia bautismal (vida de fe, de esperanza y de caridad, vida según el Espíritu), el sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio común, en orden al desarrollo de la gracia bautismal de todos los cristianos. Es uno de los medios por los cuales Cristo no cesa de construir y de conducir a su Iglesia. Por esto es transmitido mediante un sacramento propio, el sacramento del Orden. (CEC 1547)

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