Se piensa habitualmente que las Misas tradicionales que reflotan en varias localidades se iniciaron con Benedicto XVI y Summorum Pontificum. Si bien es cierto que el Motu Proprio ha permitido una mayor difusión, desde 1984 Juan Pablo II ya estaba permitiéndolas a aquellos grupos que lo solicitaban.
Estas se concedían a cuentagotas y bajo la autorización previa del obispo del lugar, que por lo general, salvo honrosas excepciones, mantenía aquello como una especie de gueto donde “recluir” a los tradis, y callarles la boca de paso. La gran aportación que hizo Benedicto XVI fue justamente liberar la Misa de las llaves de los obispos para entregarla de forma directa a los párrocos, quienes en adelante no necesitarían ningún permiso episcopal para la misma, ni directo ni indirecto, bastaría con que un grupo de fieles la solicitaran (1).
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