Este 8 de noviembre comenzamos en nuestra patria a celebrar el hermoso mes dedicado a la Madre de Dios, la Santísima Virgen María, que culminará el próximo 8 de diciembre, Fiesta de la Inmaculada Concepción. Conocido en Chile como el Mes de María, la tradición se remonta a muchos años atrás y está profundamente arraigado en la fe de los habitantes de esta tierra hispanoamericana. Por otra parte, ha querido la Providencia divina que el principal Santuario en Chile, donde se venera a la Inmaculada sea el que está ubicado a escasos ocho kilómetros de la ciudad de Casablanca, en la localidad de Lo Vásquez. Hasta allí, cada ocho de diciembre, convergen miles de peregrinos a implorar las gracias de Dios por mediación de su Madre, la Virgen de Lo Vásquez.
La tradición mariana de nuestro país y del resto de los países de América Latina, se debe fundamentalmente a que los descubridores y conquistadores españoles trajeron a Cristo y a su Madre; es por eso que a lo largo y ancho de Chile hay infinidad de capillas, templos, santuarios, dedicados a la Virgen bajo sus diversos títulos.
Según la historia, la imagen de la Virgen que se venera hoy en la Iglesia de San Francisco en la capital del país, la trajo don Pedro de Valdivia desde el Perú. Se le rinde culto bajo el nombre de Nuestra Señora del Socorro, nombre que le pusieron los españoles en Santiago el 20 de septiembre de 1543, al llegar de Perú “el socorro” traído por el capitán don Alonso de Monroy, porque atribuyeron a la Virgen la llegada de la tan esperada ayuda. En efecto, en la plaza principal de la quemada y semidestruida ciudad de Santiago, habían estado implorando protección a la Virgencita traída por Valdivia.
Durante el Mes de María los fieles chilenos rezamos una oración inicial y una final creadas por el Presbítero Rodolfo Vergara Antúnez. La inicial dice:
La tradición mariana de nuestro país y del resto de los países de América Latina, se debe fundamentalmente a que los descubridores y conquistadores españoles trajeron a Cristo y a su Madre; es por eso que a lo largo y ancho de Chile hay infinidad de capillas, templos, santuarios, dedicados a la Virgen bajo sus diversos títulos.
Según la historia, la imagen de la Virgen que se venera hoy en la Iglesia de San Francisco en la capital del país, la trajo don Pedro de Valdivia desde el Perú. Se le rinde culto bajo el nombre de Nuestra Señora del Socorro, nombre que le pusieron los españoles en Santiago el 20 de septiembre de 1543, al llegar de Perú “el socorro” traído por el capitán don Alonso de Monroy, porque atribuyeron a la Virgen la llegada de la tan esperada ayuda. En efecto, en la plaza principal de la quemada y semidestruida ciudad de Santiago, habían estado implorando protección a la Virgencita traída por Valdivia.
Durante el Mes de María los fieles chilenos rezamos una oración inicial y una final creadas por el Presbítero Rodolfo Vergara Antúnez. La inicial dice:
¡Oh María, durante el bello mes que os está consagrado, todo resuena con vuestro nombre y alabanza! Vuestro santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos.
Para honraros hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestra frente con guirnaldas y coronas. Más, oh María, no os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan; hay coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones; nos esforzaremos pues durante el curso de este mes consagrado a vuestra gloria, ¡oh Virgen Santa!, en conservar nuestras almas puras y sin manchas y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos, nos amaremos, pues, los unos a los otros como hijos de una misma familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal.
En este mes bendito procuraremos cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es tan querida, y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María!, Haced producid en el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin fruto de gracia, para poder ser algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
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