lunes, 22 de agosto de 2011

La Iglesia es Católica (II).

La Iglesia no es un partido político, ni una ideología social, ni una organización mundial de concordia o de progreso material, aun reconociendo la nobleza de esas y otras actividades. La Iglesia ha desarrollado siempre y desarrolla una inmensa labor en beneficio de los necesitados, de los que sufren, de todos cuantos padecen de alguna manera las consecuencias del único verdadero mal, que es el pecado. Y a todos –a aquellos de cualquier forma menesterosos, y a los que piensan gozar de la plenitud de los bienes de la tierra- la Iglesia viene a confirmar una sola cosa esencial, definitiva: que nuestro destino es eterno y sobrenatural, que sólo en Jesucristo nos salvamos para siempre, y que sólo en El alcanzaremos ya de algún modo en esta vida la paz y la felicidad verdaderas.

Pedid conmigo ahora a Dios Nuestro Señor que los católicos no olvidemos nunca estas verdades, y que nos decidamos a ponerlas en práctica. La Iglesia Católica no precisa el visto bueno de los hombres, porque es obra de Dios.

Católicos nos mostraremos por los frutos de santidad que demos, porque la santidad no admite fronteras ni es patrimonio de ningún particularismo humano. Católicos nos mostraremos si rezamos, si procuramos dirigirnos a Dios de continuo, si nos esforzamos siempre y en todo por ser justos –en el más amplio alcance del término justicia, utilizado en estos tiempos raramente con un matiz materialista y erróneo-, si amamos y defendemos la libertad personal de los demás hombres.

Os recuerdo también otro signo claro de la catolicidad de la Iglesia: la fiel conservación y administración de los Sacramentos tal como han sido instituidos por Jesucristo, sin tergiversaciones humanas ni malos intentos de condicionarlos psicológica o sociológicamente. (…) Aquellos intentos de quitar universalidad a la esencia de los Sacramentos, tendrían quizá justificación si se tratase sólo de signos de símbolos, que operasen por leyes naturales de comprensión y entendimiento. Pero los Sacramentos de la nueva ley son a la vez causas y signos. Por eso se enseña comúnmente que causan lo que significan. De ahí que conserven perfectamente la razón de Sacramentos en cuanto se ordenan a algo sagrado, no sólo a modo de signos, sino también como causas (Santo Tomás, S. Th. III, q. 62, a. 1 ad 1).

Esta Iglesia Católica es Romana. Yo saboreo esta palabra: ¡romana! Me siento romano, porque romano quiere decir universal, católico; porque me lleva a querer tiernamente al Papa, il dolce Cristo in terra como gustaba repetir Santa Catalina de Siena, a quien tengo por amiga amadísima. (…).

Venero con todas mis fuerzas la Roma de Pedro y de Pablo, bañada por la sangre de los mártires, centro de donde tantos han salido para propagar en el mundo entero la palabra salvadora de Cristo. Ser romano no entraña ninguna muestra de particularismo, sino de ecumenismo auténtico, supone el deseo de agrandar el corazón, de abrirlos a todos con las ansias redentoras de Cristo, que a todos busca y a todos acoge, porque a todos ha amado primero.

San Ambrosio escribió unas palabras breves, que componen como un canto de gozo: donde está Pedro allí está la Iglesia; donde está la Iglesia no reina la muerte, sino la vida eterna. Porque donde están Pedro y la Iglesia está Cristo: y El es la salvación, el único camino.

(San Josemaría Escrivá: Homilía del 4 de junio de 1972).


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