miércoles, 3 de agosto de 2011

Fiestas del Señor después de Pentecostés (II).

Fiesta de la Preciosa Sangre. Esta fiesta instituida en 1849 por Pío IX, tiene por objeto honrar la Sangre redentora derramada por la salvación del mundo. Pío X fijó su celebración para el 1 de julio.

¡Caiga sobre nosotros su sangre redentora y vivificadora!

Fiesta de la Transfiguración. Se conmemora la transfiguración de Jesús en el Tabor. Si queremos reinar con Cristo, es menester, sufrir y humillarnos con El. Esta fiesta que se instituyó en el siglo X, se celebra el 6 de agosto.

Cristo Nuestro Señor, transfigurado, es el ejemplar del alma glorificada.

Fiestas de la Santa Cruz: la exaltación. El 3 de mayo, celebramos el triunfo de la Santa Cruz y su descubrimiento por Santa Elena, madre de Constantino, y el 14 de septiembre la Exaltación, o sea, la ostensión de la Santa Cruz, que se hacía en la iglesia del Santo Sepulcro el día de su dedicación.

Los sentimientos que deben embargar nuestras almas son un amor grande a la Cruz y al sufrimiento.

La Dedicación. Hay Misa y Oficio propios para el aniversario de la consagración de la Iglesia Catedral de cada diócesis. En todo el orbe católico se celebra el 9 de noviembre la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán; el 18, la de la Basílica de San Pedro y San Pablo, y el 5 de agosto, la de Santa María la Mayor.

El objeto de esta fiesta es recordarnos que las iglesias son consagradas a Dios, que debemos amarlas, porque allí, principalmente, el Señor hace brillar sus bondades y misericordias y que nosotros somos también templos de Dios.

Para celebrar dignamente esta fiesta debemos dar gracias a Dios por los beneficios recibidos en el lugar santo, pedirle perdón por nuestras irreverencias en el templo, renovar las promesas del bautismo y pedirle al Señor que nuestros cuerpos sean dignos templos del Espíritu Santo.

Fiesta de Cristo Rey. Esta fiesta que se celebra el último domingo de octubre, fue instituida por S. S. Pío XI, como doble de primera clase. Está consagrada a honrar a Nuestro Señor Jesucristo como Rey universal de toda la creación, de los individuos, de la sociedad y de los pueblos. En medio de la apostasía de las naciones, esta fiesta es el reconocimiento oficial de su realeza universal.

Para celebrar dignamente esta fiesta debemos consagrarnos total y absolutamente al servicio de Su Divina Majestad, y trabajar por que se extienda el reinado de Cristo en las personas, familias y pueblos.


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