domingo, 31 de julio de 2011

VII Domingo después de Pentecostés.

EL ESPÍRITU SANTO sigue siempre pausadamente, calladamente transformando, divinizando la faz sobrenatural de la tierra. Es la sal de la Sabiduría, que sazona al mundo, que purifica las almas, que las madura con sus divinales fuegos para la vida eterna.
Ese divino Espíritu tiene razón de Don, y entre los Dones el más augusto y preciado es el de Sabiduría, tan solicitado por la Iglesia ya desde estos domingos, y sobre todo en los de agosto, al recordarnos en maitines las figuras de David y de Salomón. Ambos fueron grandes amantes de la divina Sabiduría, que nos hace sacar gusto a Dios, y enjuiciarlo todo según su certero y sapientísimo criterio: Esta es aquella Sunamitis tan ferviente que calentaba al anciano David, tan casta que no le incitaba la libídine. Esta pidió también el joven Salomón como esposa al tomar
las riendas del gobierno; ésta finalmente constituirá para los elegidos las delicias del cielo. “Videnti Creatorem angusta est omnis creatura”, al que ve al Creador, dice S. Gregorio, parécele poquita cosa cualquier criatura, charquitos de agua turbia, frente a las aguas vivas de una fuente
caudalosa.
Los pingües frutos de esta celestial Sabiduría hállanse enumerados en la Epístola de hoy; y, en cambio, el fruto y paga del pecado es la muerte, además de la vergüenza y del torcedor de la conciencia que le acompaña y que le sigue.
Por nuestra vida y por los frutos que rindamos se conocerá qué tal árbol somos (Ev.), pues no está todo en tener buenas palabras, sino en la Sabiduría y cordura, que el Espíritu Santo comunica a los que de Él se dejan dócilmente guiar, traduciéndose luego en obras buenas y de edificación. “Preciso es, dice S. Agustín, que manos y lengua vayan a la par; y que mientras ésta glorifica a Dios, aquéllas obren”. “Las palabras placenteras y los aires de mansedumbre deben ser evaluados por el fruto de las obras”, dice S. Hilario; porque a menudo sucede que la piel de oveja sirve para ocultar la ferocidad del lobo (Noct. 3º).
Tenemos, pues, en el pacífico Salomón una figura de Cristo, el cual dijo cierto día: Éste que veis es más que Salomón. A Él debemos escuchar (Grad.) porque tiene palabras de vida eterna. Él es la sabiduría misma del Padre.
Que Él tenga a bien enseñarnos a temer al Señor (Ib.) y a discernir el bien del mal (Evang.), y que la Santa Misa de hoy, figurada ya por el sacrificio de Abel (Sec.) y por los holocaustos ofrecidos en el Templo por Salomón, sirva para aplacar y honrar al Señor.
Pidamos al Señor, mantenga nuestra vida en los caminos de su justicia, aparte de nosotros todo lo nocivo, y nos conceda todo lo saludable (Or.).
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Introito (Salmo XXVI)
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OMNES GENTES pláudite mánibus:
jubiláte Deo in voce exsultatiónis.
- Ps. Quóniam Dóminus excélsus,
terríbilis: Rex magnus super omnes terram.
V. Glória Patri.
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