domingo, 3 de julio de 2011

III Domingo después de Pentecostés.

Toda la misa de este domingo canta la misericordia divina para con los hombres, la cual encuentra su expresión más conmovedora en la solicitud de Jesús por los pecadores. Las mas bellas parábolas de la oveja extraviada y de la dracma perdida, recogidas por san Lucas, no podían encontrar lugar más adecuado que inmediatamente después de la fiesta del Sagrado Corazón.
Mientras el demonio, nuestro terrible adversario, se esfuerza encarnizadamente en perdernos, Dios prosigue incansable la obra de salvación que ha comenzado en nosotros. San Pedro nos Invita a permanecer vigilantes, firmes en la fe, y a descargar sobre el Señor los cuidados que pesen sobre nosotros: “El mismo tendrá cuidado de nosotros”.
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Introito. Salm.24. 16-18.1-2.- Mírame, Señor, y ten compasión de mi, porque estoy solo y soy pobre. Mira mi bajeza y mis trabajos, y perdona todos mis pecados, Dios mío. Salmo. A ti, Señor, levanto mi alma. Dios mío, en ti confió; no quede yo confuso. V/. Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo.
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