miércoles, 6 de julio de 2011

La música sagrada (II).

“Hállanse también en grado eminente las supradichas cualidades en la polifonía clásica, especialmente en la de la escuela romana, que en el siglo XVI llegó a la cumbre de la perfección con las obras de Pedro Luis de Palestrina, y que luego continuó produciendo composiciones excelentes desde el punto de vista litúrgico y musical.

“La polifonía clásica se acerca bastante al canto gregoriano, modelo perfecto de música sagrada; por esta razón mereció ser admitidajunto con él en las funciones más solemnes de la Iglesia, como son las que se celebran en la capilla pontificia” (S. Pío X).

“En todo tiempo ha reconocido y fomentado la Iglesia los progresos de las artes, admitiendo en el servicio del culto cuanto en el curso de los siglos el genio ha sabido hallar de bueno y bello, salvas siempre las leyes de la Liturgia. Por esta razón, es también admitidaen la Iglesia la música más moderna, puesto que cuenta con piezas cuya bondad, seriedad y gravedad las hace dignas de las funciones litúrgicas.

“Sin embargo de ello, a consecuencia del uso profano a que la música moderna se ordena especialmente, deberá cuidarse con el mayor esmero de que las composiciones musicales de estilo moderno que se admitan en las iglesias no contengan cosa alguna profana, ni ofrezcan reminiscencias de motivos usados en el teatro, y que su forma externa no imite el aire de las composiciones profanas” (S. Pío X).

“Está en la tradición de la Iglesia, dice Loisel, poner la mayor belleza posible al servicio de la oración; lo cual está conforme con el principio de la Liturgia que prepara y magnifica en sus símbolos la naturaleza reparada por la gracias”.

Y la mayor belleza de la oración es el canto.

El canto gregoriano, fuente de santificación.

Los grandes pensamientos no se expresan plenamente sino por el canto: la patria tiene su himno nacional, cuyas melodías hacen vibrar nuestras almas en sentimientos patrióticos. Los católicos tenemos un himno patriótico: el canto gregoriano, que viene resonando en nuestros templos desde los primeros siglos, como eco de los coros angélicos que cantan sin cesar en la patria celestial.

“La Iglesia consideró como propio el canto gregoriano, porque lo juzgó capaz de despertar en el ánimo los sentimientos de la devoción, elevando la mente a Dios, ya que, como dice el Abad Gerbert, es uno mismo el fin de la oración y el de la música sagrada; además, porque, deleitando el sentido, no distrae la mente de lo que se canta; y finalmente, porque es grave y corresponde perfectamente a los afectos de la piedad religiosa” (Nasoni).

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