Concilio Vaticano I y dogmas.
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Hecho feliz del Pontificado de Pío IX fue la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de la bienaventurada Virgen María, el 8 de diciembre de 1854. Después de siglos de sustentarse esta verdad sobre María Santísima, después de la encuesta propiciada ante los obispos del mundo por la encíclica Ubi primum, con abrumadora mayoría en solicitud de la definición, ante gran número de cardenales y obispos, definía el Papa, en la basílica vaticana, que la Virgen Santísima “fue preservada de toda mancha de pecado original, desde el primer instante de su concepción” (Bula Deus). Hubo muchos estudios teológicos, escriturísticos y patrísticos, pero con una racionamiento sencillo se explicaba esta definición: “No podría haber sido esclava del demonio por el pecado la que iba a ser Madre de Dios”. El franciscano Duns Scoto concluía: “Dios pudo darle ese privilegio, luego lo hizo”.
El 29 de julio de 1868, año vigésimo segundo de su pontificado, por la Bula Aesterni Patris convocaba Pío IX el Concilio Vaticano I para el 8 de diciembre del año siguiente, que sería el vigésimo concilio ecuménico. El concilio, en el que participaron 747 prelados, tuvo cuatro grandes sesiones solemnes, siendo definitivas las del 24 de abril de 1870, en la que por unanimidad se aprobó el esquema sobre relaciones entre razón y fe, con condena de errores sobre el racionalismo (apoyo al Syllabus), y la del 14 de mayo en la que se votó sobre el dogma de la Infalibilidad pontificia, con 533 votos favorables, 2 negativos y 55 que no quisieron participar en la votación. Por la constitución Pastor aeternus de definía la autoridad pontificia en la disciplina y el gobierno de la Iglesia en todo el mundo, y que “el Romano Pontífice es infalible cuando habla ex cátedra, o sea, cuando desempeñando el cargo de pastor y de doctor de todos los cristianos, define una doctrina sobre la fe y las costumbres que ha de ser aceptada por la Iglesia universal”. No se había terminado lo previsto para el concilio, pero, ante los peligros de la guerra y de la invasión de Roma por el gobierno italiano (20/9/70) se suspendieron definitivamente sus deliberaciones, “en espera de mejores tiempos”.
Cuatro años antes de la convocatoria del Concilio Vaticano I el Papa Pío IX había publicado la encíclica Quanta cura, que llevaba anexo el Syllabus o catálogo de los principales errores de la sociedad contemporánea (8/12/1864). Duras reacciones hubo ante estos documentos pontificios, con prohibiciones de gobiernos en Francia, Italia y Rusia de que fueran publicados, tormenta que al interno de la Iglesia serenaría en el concilio subsiguiente, pero que sigue siendo agitada por los voceros de radicalismos antidogmáticos y de la total libertad de pensamiento. Fue apenas una toma de posición de la Iglesia ante sus fieles hijos, defendida en los diversos países del mundo como signo de unidad entre interminables discusiones.
Puntos salientes en las condenas del Syllabus fueron los siguientes errores:
-en el orden filosófico: el panteísmo que identifica a Dios con la creación universal; el naturalismo que rechaza todo influencia religiosa en el gobierno de los pueblos; el racionalismo que hace de la razón el único arbitrio entre el bien y el mal, sin mezcla de postulados superiores a ella.
-en el orden religioso-social: el indiferentismo y el laxismo, el socialismo y el comunismo.
-en el orden político: el regalismo (total autoridad y sacralidad del poder de los reyes), y la intromisión de la autoridad civil en materia del sacramento del matrimonio con concesión de divorcio; las doctrinas del liberalismo radical que proclamaba libertades absolutas, con separación total entre Estado e Iglesia, tolerando la presencia de esta pero con plena dependencia de las autoridades civiles y prácticamente sin recursos de subsistencia para su labor. (Mrs. Libardo Ramírez Gómez).
Hecho feliz del Pontificado de Pío IX fue la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de la bienaventurada Virgen María, el 8 de diciembre de 1854. Después de siglos de sustentarse esta verdad sobre María Santísima, después de la encuesta propiciada ante los obispos del mundo por la encíclica Ubi primum, con abrumadora mayoría en solicitud de la definición, ante gran número de cardenales y obispos, definía el Papa, en la basílica vaticana, que la Virgen Santísima “fue preservada de toda mancha de pecado original, desde el primer instante de su concepción” (Bula Deus). Hubo muchos estudios teológicos, escriturísticos y patrísticos, pero con una racionamiento sencillo se explicaba esta definición: “No podría haber sido esclava del demonio por el pecado la que iba a ser Madre de Dios”. El franciscano Duns Scoto concluía: “Dios pudo darle ese privilegio, luego lo hizo”.
El 29 de julio de 1868, año vigésimo segundo de su pontificado, por la Bula Aesterni Patris convocaba Pío IX el Concilio Vaticano I para el 8 de diciembre del año siguiente, que sería el vigésimo concilio ecuménico. El concilio, en el que participaron 747 prelados, tuvo cuatro grandes sesiones solemnes, siendo definitivas las del 24 de abril de 1870, en la que por unanimidad se aprobó el esquema sobre relaciones entre razón y fe, con condena de errores sobre el racionalismo (apoyo al Syllabus), y la del 14 de mayo en la que se votó sobre el dogma de la Infalibilidad pontificia, con 533 votos favorables, 2 negativos y 55 que no quisieron participar en la votación. Por la constitución Pastor aeternus de definía la autoridad pontificia en la disciplina y el gobierno de la Iglesia en todo el mundo, y que “el Romano Pontífice es infalible cuando habla ex cátedra, o sea, cuando desempeñando el cargo de pastor y de doctor de todos los cristianos, define una doctrina sobre la fe y las costumbres que ha de ser aceptada por la Iglesia universal”. No se había terminado lo previsto para el concilio, pero, ante los peligros de la guerra y de la invasión de Roma por el gobierno italiano (20/9/70) se suspendieron definitivamente sus deliberaciones, “en espera de mejores tiempos”.
Cuatro años antes de la convocatoria del Concilio Vaticano I el Papa Pío IX había publicado la encíclica Quanta cura, que llevaba anexo el Syllabus o catálogo de los principales errores de la sociedad contemporánea (8/12/1864). Duras reacciones hubo ante estos documentos pontificios, con prohibiciones de gobiernos en Francia, Italia y Rusia de que fueran publicados, tormenta que al interno de la Iglesia serenaría en el concilio subsiguiente, pero que sigue siendo agitada por los voceros de radicalismos antidogmáticos y de la total libertad de pensamiento. Fue apenas una toma de posición de la Iglesia ante sus fieles hijos, defendida en los diversos países del mundo como signo de unidad entre interminables discusiones.
Puntos salientes en las condenas del Syllabus fueron los siguientes errores:
-en el orden filosófico: el panteísmo que identifica a Dios con la creación universal; el naturalismo que rechaza todo influencia religiosa en el gobierno de los pueblos; el racionalismo que hace de la razón el único arbitrio entre el bien y el mal, sin mezcla de postulados superiores a ella.
-en el orden religioso-social: el indiferentismo y el laxismo, el socialismo y el comunismo.
-en el orden político: el regalismo (total autoridad y sacralidad del poder de los reyes), y la intromisión de la autoridad civil en materia del sacramento del matrimonio con concesión de divorcio; las doctrinas del liberalismo radical que proclamaba libertades absolutas, con separación total entre Estado e Iglesia, tolerando la presencia de esta pero con plena dependencia de las autoridades civiles y prácticamente sin recursos de subsistencia para su labor. (Mrs. Libardo Ramírez Gómez).
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