Oh Madre, fuente de amor, hazme sentir tu dolor para que llore contigo: y que, por mi Cristo amado, mi corazón abrasado más viva en El que conmigo.
Quiso el Señor asociar a su Madre a la obra de la Redención, haciéndola partícipe de su dolor supremo. Al celebrar hoy este sufrimiento corredentor de María, nos invita la Iglesia a ofrecer, por la salvación propia y la ajena, los mil dolores, casi siempre pequeños, de la vida, y las mortificaciones voluntarias. María, asociada a la obra de salvación de Jesús, no sufrió sólo como una buena madre que contempla a su hijo en los mayores sufrimientos y en la misma muerte. Su dolor tiene el mismo carácter que el de Jesús: es un dolor redentor. El sufrimiento de María, la esclava del Señor, purísima y llena de gracia, eleva sus actos hasta el punto de que todos ellos, en unión profundísima con su Hijo, tienen un valor casi infinito.
Nunca comprenderemos del todo la inmensidad de su amor por Jesús, causa de sus dolores. Por eso la Liturgia aplica a la Virgen dolorosa, como al mismo Jesús, las palabras de profeta Jeremías: Oh vosotros, cuantos por aquí pasáis, mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor, al dolor con que soy atormentada.
El dolor de Nuestra Señora era mayor por su eminente santidad. Su amor a Jesús le permitió sufrir los padecimientos de su Hijo como propios: “Si hieren con golpes el cuerpo de Jesús, María siente todas estas heridas; si atraviesan con espinas su cabeza, María se siente desgarrada por las puntas; si le presentan hiel y vinagre, María apura toda su amargura; si extienden su cuerpo en la cruz, María sufre toda esa violencia”. Cuanto más se ama a una persona más se siente su pérdida…
El mayor dolor de Cristo, el que le sumió en profunda agonía en Getsemaní, el que le hizo sufrir como ningún otro, fue el conocimiento profundo del pecado como ofensa a Dios y de su maldad frente a la santidad de Dios. Y la Virgen penetró y participó más que ninguna otra criatura en este conocimiento de la maldad y de la fealdad del pecado, que fue causa de la Pasión. Su corazón sufrió una mortal agonía causada por el horror al pecado, a nuestros pecados. María se vio anegada en un mar de dolor….
Al considerar que nuestros pecados no son ajenos, sino parte activa, en este dolor de Nuestra Madre, le pedimos hoy que nos ayude a compartir su dolor, a sentir un profundo horror a todo pecado, a ser más generosos en la reparación por nuestros pecados y por los que todos los días se cometen en el mundo.
(Fuente: Francisco Fernández Carvajal: Hablar con Dios).
Quiso el Señor asociar a su Madre a la obra de la Redención, haciéndola partícipe de su dolor supremo. Al celebrar hoy este sufrimiento corredentor de María, nos invita la Iglesia a ofrecer, por la salvación propia y la ajena, los mil dolores, casi siempre pequeños, de la vida, y las mortificaciones voluntarias. María, asociada a la obra de salvación de Jesús, no sufrió sólo como una buena madre que contempla a su hijo en los mayores sufrimientos y en la misma muerte. Su dolor tiene el mismo carácter que el de Jesús: es un dolor redentor. El sufrimiento de María, la esclava del Señor, purísima y llena de gracia, eleva sus actos hasta el punto de que todos ellos, en unión profundísima con su Hijo, tienen un valor casi infinito.
Nunca comprenderemos del todo la inmensidad de su amor por Jesús, causa de sus dolores. Por eso la Liturgia aplica a la Virgen dolorosa, como al mismo Jesús, las palabras de profeta Jeremías: Oh vosotros, cuantos por aquí pasáis, mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor, al dolor con que soy atormentada.
El dolor de Nuestra Señora era mayor por su eminente santidad. Su amor a Jesús le permitió sufrir los padecimientos de su Hijo como propios: “Si hieren con golpes el cuerpo de Jesús, María siente todas estas heridas; si atraviesan con espinas su cabeza, María se siente desgarrada por las puntas; si le presentan hiel y vinagre, María apura toda su amargura; si extienden su cuerpo en la cruz, María sufre toda esa violencia”. Cuanto más se ama a una persona más se siente su pérdida…
El mayor dolor de Cristo, el que le sumió en profunda agonía en Getsemaní, el que le hizo sufrir como ningún otro, fue el conocimiento profundo del pecado como ofensa a Dios y de su maldad frente a la santidad de Dios. Y la Virgen penetró y participó más que ninguna otra criatura en este conocimiento de la maldad y de la fealdad del pecado, que fue causa de la Pasión. Su corazón sufrió una mortal agonía causada por el horror al pecado, a nuestros pecados. María se vio anegada en un mar de dolor….
Al considerar que nuestros pecados no son ajenos, sino parte activa, en este dolor de Nuestra Madre, le pedimos hoy que nos ayude a compartir su dolor, a sentir un profundo horror a todo pecado, a ser más generosos en la reparación por nuestros pecados y por los que todos los días se cometen en el mundo.
(Fuente: Francisco Fernández Carvajal: Hablar con Dios).
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