miércoles, 29 de septiembre de 2010

Dedicación de San Miguel, arcángel.

La gloria de San Miguel, Gran Jefe.
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Desde el Antiguo Testamento, se le menciona como tal: “En aquel tiempo se levantará Miguel, el Gran Jefe, que defiende a los hijos de tu pueblo” (Dn 12, 1).
Su nombre glorioso aparece en todas las oraciones solemnes de la Iglesia: al principio de la Misa en el “yo confieso”, en el ofertorio, en el prefacio, en el canon, al final del Santo Sacrificio. Tiene su Misa propia el 29 de septiembre; la Misa de los difuntos lo menciona; la Iglesia lo invoca en el Sacramento de la Extremaunción, en la oración de los agonizantes, en los exorcismos, en los sacramentales, en las letanías, etc.
El Papa León XIII compuso un exorcismo especial para conseguir la protección de San Miguel.
San Pío X declara: “Debemos creer firmemente que la lucha actual se terminará por el triunfo y el socorro de este arcángel bendito”.
Pío XI pedía rezar a San Miguel, por la conversión de Rusia. El 8 de mayo de 1940, Pío XII proclama que es urgente, más que nunca, acudir a la protección de San Miguel, recordando que es el protector y defensor de la Iglesia; el proveedor del Paraíso, ya que es el encargado de presentar las almas a Dios; el ángel de la paz; el vencedor de Satanás. Y el 8 de mayo de 1945, pidió avanzar con el estandarte del Arcángel repitiendo su grito: “¡Quién como Dios!”.
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Apariciones de San Miguel Arcángel.
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Numerosas son las intervenciones del Arcángel en la historia del mundo. En Francia, por ejemplo, sabemos cómo este jefe de los ángeles ayudó a una humilde campesina analfabeta, de 16 años, Santa Juana de Arco, a liberar el país del ocupante inglés. La crónica religiosa, habla también de las apariciones de San Miguel en el Monte Gargan, en el sur de Italia, donde una basílica conmemora el acontecimiento y numerosos peregrinos rinden un culto a este arcángel.
En el año 590, cuando la peste asolaba la ciudad de Roma, el Papa San Gregorio Magno, levantó súplica al Arcángel, que se le apareció anunciándole el fin del flagelo. En el año 709, San Miguel, se apareció en el monte que lleva su nombre en Francia; ahí también se le dedicó una basílica que atrae numerosos peregrinos.
De todas estas manifestaciones, una se merece una atención especial. El Emperador Constantino, en guerra contra su rival Maxencio, se veía en peligro de perder la batalla, cuando se le apareció San Miguel mostrándole, en pleno mediodía, una cruz luminosa en el cielo, que llevaba esta inscripción: “Por esta señal vencerás”.
El emperador, hizo poner la cruz sobre el estandarte que las tropas llevaban a la batalla, y venció a su enemigo, en la puerta de Roma, el 27 de octubre del año 312. Maxencio, huyendo ante él, cayó en el Tíber y se ahogó. Constantino, vencedor, entró triunfalmente en Roma, a la cabeza de sus legiones, con la cruz que lo precedía y publicó el decreto que daba libertad a la Iglesia. Además, quiso que la primera estatua, que le erigió el senado, lo representara con la cruz en la mano y con la misma inscripción: “Por esta señal, vencerás”.
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La grandeza de San Miguel.
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Cuando Lucifer fue echado del cielo por su pecado de orgullo, San Miguel ocupó su lugar y se convirtió en Jefe de todos los ángeles buenos. Es lo que dice el Arcángel San Gabriel al profeta Daniel: “Miguel, primero de los principales jefes”; la Iglesia también lo nombra habitualmente como Jefe de la Milicia Celestial.
Dios ha marcado a San Miguel con el sello de su grandeza, lo que le permite ejercer su primacía sobre los nueve coros de los ángeles: Serafines, Querubines, Tronos, Dominaciones, Virtudes, Potencias, Principados, Arcángeles y Ángeles. La autoridad de San Miguel, como lo escribe San Bruno, es tan extensa, que le corresponde dar a cada hombre su Ángel Custodio, encargado de guardarlo, guiarlo y defender de todo mal, físico y moral, siempre que la persona esté atenta y coopere a sus santas inspiraciones.
Mientras el demonio ronda como león rugiente acechando a su presa, buscando a quien devorar, San Miguel, siempre vigilante y como padre atento, manda a los ángeles alrededor de los fieles, para que rechacen los asaltos del enemigo infernal.
Su amor para los fieles supera al de los ángeles, porque no le basta mandar a los ángeles, sino que él mismo vela sobre las necesidades particulares de cada uno de los fieles y los defiende, por lo que Daniel lo llama “El Vigilante”
San Miguel Arcángel, ruega por nosotros.

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