viernes, 17 de julio de 2009

El Sacramento y la virtud de la Penitencia, IV.

“En el Sacramento de la Penitencia, la contrición, como los demás actos del penitente, acusación de las faltas y satisfacción, reviste un carácter sacramenta. ¿Qué quiere decir esto? Que en todo sacramento los méritos infinitos que nos ha conseguido Cristo, se aplican al alma para producir la gracia especial contenida en el sacramento. La gracia del Sacramento de la Penitencia consiste en destruir en el alma el pecado, debilitar los restos del mismo, devolver la vida, o, si no hay más que faltas veniales, remitirlas y aumentar la gracia. En este sacramento, comunícase a nuestra alma, para que se opere la destrucción del pecado, aquel odio que Cristo experimentó en su agonía sobre la cruz: Dilexisti justitiam et odisti iniquitatem. La ruina del pecado, operada por Cristo, en su pasión, se aplica y se reproduce en el penitente. La contrición, aun fuera del sacramento, queda y permanece lo que es: un instrumento de muerte para el pecado; pero en el sacramento, los méritos de Cristo elevan, por decirlo así, de un modo infinito este instrumento, y le dan una eficacia soberana. En aquel momento lava Cristo nuestras almas en su divina sangre: Christus lavit nos a peccatis nostris in sanguine suo.
“No lo olvidéis nunca: cada vez que recibís dignamente y con devoción este sacramento, aun cuando no tuviereis más que faltas veniales, corre en abundancia la sangre de Cristo sobre vuestras almas, para vivificarlas, fortalecerlas contra la tentación, y hacerlas generosas en la lucha contra el apego al pecado, para destruir en ellas las raíces y afectos del mismo; el alma encuentra en este sacramento una gracia especial para desarraigar los vicios y purificarse más y más, para recuperar y aumentar en ella la vida de la gracia.
“Avivemos, pues, sin cesar, antes de la Confesión, nuestra fe en el valor infinito de la expiación de Jesucristo. El ha soportado el peso de todos nuestros pecados: Iniquitates nostras ipse portavit; se ha ofrecido por cada uno de nosotros: Dilexit me et tradidit semetipsum pro me; sus satisfacciones son más que sobreabundantes; tiene derecho adquirido de perdonarnos, y no hay pecado que no pueda borrar su divina sangre. Animemos nuestra fe y confianza en sus inagotables méritos, frutos de su pasión. Os he dicho que, cuando recorriendo Jesucristo la Palestina, se presentaban a El para verse libres del demonio, exigía la fe en su divinidad, y únicamente atribuía a la fe la curación o remisión de los pecados: “Idos, vuestros pecados os son perdonados, vuestra fe os ha salvado”. La fe, ante todas las cosas, es la que ha de acompañar a este tribunal de misericordia; la fe en el carácter sacramental de todos nuestros actos; la fe, sobre todo, en la sobreabundancia de las satisfacciones que Jesús ha dado por nosotros a su Padre”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo, vida del alma, 1927.

No hay comentarios: