lunes, 12 de enero de 2009

Sermón Fiesta de la Sagrada Familia.

“Et descéndit cum eis, et venit Názareth: et erat súbditus illis. El mater ejus conservábat ómnia verba haec in corde suo. Et Jesus proficiébat sapiéntia, et aetáte, et grátia apud Deum, et hómines” (“Y descendió con ellos y vino a Nazareth; y les estaba sujeto. Y su Madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombre”).
Celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia de Nazareth de Jesús, María y José. El Hijo de Dios quiso nacer en el seno de una familia, misterio que estamos contemplando en este tiempo de Navidad, y para ello la providencia divina le eligió a un santo varón, San José, como su padre nutricio, y a Santa María, la joven virgen de Nazareth, que con su fiat le cobijó en su vientre durante nueves meses y luego lo cuidó como la Buena Madre que es. El tiempo de Jesús con Santa María y San José es una época tan encantadora como silenciosa, tan santa como obscura, tan majestuosa como llena de misterios. Los evangelios apócrifos abundan en relatos que, según ellos, llenaron aquel periodo de la vida del Salvador. ¿Pero qué es lo que se nos dice en el Evangelio? Limítase a trazar tres rasgos característicos de esta vida oculta.
En primer lugar, la vida oculta de Jesús con sus padres en Nazareth fue, sin duda, una vida de oración. Es natural suponer que en el seno de la Sagrada Familia practicábase la más intensa piedad, y que la oración era para ellos un ejercicio habitual, ya en diversas devociones al interior del hogar, ya en la asidua asistencia al culto divino en la sinagoga. La vida oculta fue también una vida de obediencia. Las Sagradas Escrituras lo dicen expresamente y con cierto énfasis, indicando con esto, que su vida fue, ante todo, una vida de obediencia, y de obediencia la más perfecta. Estaba sujeto a sus padres y cumplía escrupulosamente sus órdenes y deseos en todo; exteriormente con gran puntualidad y perseverancia, y con tanta ligereza, gracia y alegría, que sus padres sentían gusto y satisfacción en ello. La vida oculta fue, además, una vida de trabajo. Los nazarenos le conocían como hijo de José el carpintero, y El mismo fue también carpintero. Trabajaba, pues, y su trabajo era asiduo, diario, y no para recreo, sino para ganarse con él la vida, el pan de cada día.
La vida de Nazareth fue una vida obscura y de profundísima humildad. ¡Qué vida tan retirada y oculta aquélla! Cristo se oculta por el lugar de su residencia, disimulando sus excelentes cualidades. ¿Quién pudo vislumbrar siquiera algo de los tesoros de sabiduría y de poder que guardaba El celosamente ocultos? Con toda razón pudo decir el evangelista, que Jesús “et descéndit et vénit Nazareth”, es decir, se ocultó. La vida es, finalmente, una vida de progreso y de desarrollo. En primer lugar, un desarrollo y crecimiento exterior, en cuanto su sabiduría y santidad interiores iban revelándose y manifestándose progresivamente, cada día más, en armonía con su edad. Había también un desarrollo interno, pero era tan sólo en cuanto a los conocimientos naturales y experimentales; de ningún modo en cuanto a sus facultades mismas. En resumen, Jesús crecía y se desarrollaba, en cuanto al exterior, a la manera que vemos crecer y desarrollarse a un joven dotado de las más privilegiadas facultades corporales y espirituales. Crecía realmente en gracia y sabiduría, en hermosura y fuerza y en toda clase de encantos. Tal fue, en substancia, la vida de Jesús, durante treinta años.
Ahora comprendemos por qué el Salvador llevó tan largo tiempo una vida oculta, de trabajo y de obediencia. El tenía algo que hacer, más importante aún que recorrer el mundo y predicar la buena nueva. Antes que predicar el evangelio, tenía que practicarlo El mismo; esto es lo que hace en la vida oculta junto a San José y a Santa María, su Madre; vivir el evangelio de la vida cotidiana y familiar.
“Que Cristo Señor, Rey del Universo, Rey de las familias, esté presente, como en Caná, en cada hogar cristiano para dar luz, alegría, serenidad y fortaleza” (Servus Dei Joannes Paulus II).

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